La situación parecía propicia para la existencia de facciones, ya que no había todavía un acuerdo total respecto a los ejes fundamentales de la política, especialmente de la política exterior, y el gobierno vacilaba entre distintas alternativas. Las alternativas se concretaban en dos enfoques comunes de los problemas políticos, uno intransigente y tradicionalista, y el segundo flexible y moderado. Por esa razón, a la facción ebolista se la designa frecuentemente como partido pacifista, o incluso liberal, mientras que se considera a la facción albista como un partido belicista y conservador. Pero esas etiquetas tienen escasa significación. De hecho, existían una serie de facciones, o grupos de patronos y clientes, algunos de ellos con un acceso más directo al monarca que el que podían tener el duque de Alba (FABIO TESTI) o el príncipe de Éboli, caso de doña Juana, hermana de Felipe II, y de Isabel de Valois, su esposa. No existían tampoco ideologías coherentes. Es cierto que el duque de Alba defendía con energía la guerra total en los Países Bajos, pero no era partidario de extender el conflicto bélico al otro lado del Canal de la Mancha. Defendía una línea de compromiso diplomático con Inglaterra, y en este sentido ejercía una influencia de moderación en la política española. Los elementos religiosos realmente intransigentes se hallaban en el entorno de Diego de Espinosa (JÜRGEN PROCHNOW), otro inquisidor general, que inició el índice de libros prohibidos y que mantenía una estrecha vigilancia sobre los conversos, los moriscos y los partidarios del príncipe de Éboli. El llamado partido pacifista defendía un acuerdo pacífico en los Países Bajos, pero sólo para conseguir un cierto respiro que permitiera a España enfrentarse a Inglaterra, lanzando una invasión a través del Canal de la Mancha. En cuanto a la revuelta de los moriscos (BLANCA JARA), los dos partidos no representaban posturas distintas.
La facción ebolista supo atraerse a un importante grupo de nobles, como al marqués dé los Vélez, un veterano guerrero y diplomático y miembro del Consejo de Estado, al duque de Sessa, descendiente del Gran Capitán, y a la amplia y poderosa familia de los Mendoza, cuyos miembros desempeñaban no pocas veces los cargos de virrey y embajador. Más tarde contó también con el apoyo del cardenal Quiroga.
También se integraban en este grupo una serie de oficiales, de entre los cuales el más notable era Antonio Pérez (JASON ISAACS), que llegó a ser su figura clave y que asumió el liderazgo tras la muerte del príncipe de Éboli en 1573, sirviéndose de él para sus propios intereses. Fue entonces cuando entabló una estrecha relación con la esposa del príncipe de Éboli, tanto, que se ha querido presentar como una de las causas fundamentales del conflicto político del reinado de Felipe II la existencia de una supuesta relación amorosa entre la princesa de Éboli (JULIA ORMOND) y Antonio Pérez (ISAACS). El conflicto se habría producido por la rivalidad entre el monarca y su secretario por el amor de la misma mujer. Esta historia, como ocurre con muchas otras historias de este reinado, es falsa, tanto por lo que respecta a Antonio Pérez como a Felipe II (JUANJO PUIGCORBÉ). La princesa de Éboli, que llevaba un parche de color negro sobre su ojo derecho, era otro miembro de la familia Mendoza, una mujer dominante, piadosa hasta la teatralidad —ingresó en un convento el día del fallecimiento de su esposo para abandonarlo unos meses después— pero, sobre todo, ávida de influencia tanto sobre los acontecimientos como sobre las personas. Santa Teresa tuvo que sufrir sus atenciones y Antonio Pérez avanzó hacia su ruina gracias a ellas. Los objetivos políticos de esta excéntrica mujer no eran otros que los de interferir allá donde pudiera. Por ello cultivó la amistad de Antonio Pérez, del que opinaba que «llegaría lejos», con la esperanza de permanecer, gracias a él, en el centro de los acontecimientos cuando la muerte de su esposo amenazó con poner fin a su influencia. Por otra parte, a Antonio Pérez le resultaba útil por sus contactos aristocráticos. Pero la relación de ambos fue exclusivamente política y financiera. Los dos necesitaban dinero, que estaba al alcance de un oficial con los contactos adecuados. Así pues, le reveló secretos de Estado y juntos comerciaron con las concesiones reales y la información del gobierno, ayudando a aquellos que estaban dispuestos a comprar sus favores. Probablemente, el amor no formaba parte de la intriga.
El portavoz de la facción rival era el duque de Alba (TESTI), jefe poderoso de una poderosa familia, cuya distinguida carrera como virrey y militar sufrió la más dura de las pruebas en los Países Bajos. El duque de Alba era un inveterado enemigo de Antonio Pérez y su grupo, entre los cuales incluía en su odio al príncipe de Éboli, su viejo rival en el Consejo de Estado, y en su desprecio aristocrático por los oficiales. En su bando se alinearon su amplio linaje —los Toledo eran eran prolíficos en generales, almirantes y virreyes—, los secretarios Vázquez (JORDI MOLLÁ), Zayas, Idiáquez y Moura y el confesor del rey, fray Diego de Chaves. La facción incluía también a dos grandes señores, que ejercieron una notable influencia en la segunda parte del reinado y que se enriquecieron sin rubor en el desempeño de su cargo. Se trataba del conde de Barajas, presidente del Consejo de Castilla, a quien Felipe II (PUIGCORBÉ) utilizaría en su campaña contra Antonio Pérez hasta que, también él, fue objeto de investigación por malversación y destituido de su cargo, y el conde de Chinchón, tesorero general de Aragón e Italia, realista extremo que había conseguido su promoción en el cursus honorum gracias al rival de Pérez, Mateo Vázquez (MOLLÁ). Sin embargo, en los años de 1570 esta facción no había alcanzado todavía un lugar bajo el sol. El duque de Alba (TESTI) fracasó en los Países Bajos. En 1572 perdió el favor de Felipe II y se ordenó la investigación de su actuación como gobernador. Su sustitución en 1573 y su posterior alejamiento de la corte por un monarca cansado de sus pretensiones coincidieron con el comienzo de la gran influencia de Antonio Pérez. Pero también éste se excedió. De comerciar en concesiones e informaciones oficiales pasó a interferir sin autorización en asuntos de Estado —en asuntos referentes a los Países Bajos y, tal vez, a Portugal— y ello determinó su caída en 1579. Cuando los administradores intentaban actuar como políticos, Felipe II prescindía de ellos y lo hacía con total impunidad. La debilidad fundamental de esta política faccionalista estriba en la ausencia de fuerza de los diferentes grupos fuera de la administración. En efecto, nada tenía que temer el rey de sus Cortes.
"Historia de España". Dirigida por John Lynch.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentarios:
Buenos comentarios, con gusto te redcomendarè en mi blog, saludos.
Publicar un comentario