Half Nelson

Cine de yonkis


Half Nelson
Ryan Fleck, 2006
Reparto: Ryan Gosling (Dan Dunne), Shareeka Epps (Drey), Anthony Mackie (Frank), Monique Gabriela Curnen (Isabel), Karen Chilton (Karen), Tina Holmes (Rachel), Collins Pennie (Mike), Deborah Rush (Jo), Jay O. Sanders (Russ), Bryce Silver (Bernard), Sebastian Sozzi (Javier), Nicole Vicius (Cindy), Tristan Wilds (Jamal).
Guión: Ryan Fleck y Anna Boden.
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Half Nelson parece una película de profesor, como la de “Diarios de la calle”, pero en realidad es una película de yonkis, como “Trainspotting”, “Días de vino y rosas”, “Largo viaje del día hacia la noche”, “Días sin huella”, "Miedo y asco en Las Vegas". La diferencia entre el cine que hacen los drogadictos y el de los no-adictos, es que nosotros siempre soñamos con mejorar en algo: conquistar a la chica, subir de puesto, arreglar algún problema. El sueño del drogadicto es que le dejen seguir como está, su sueño es una dosis más. La tranquilidad con que nosotros pagamos la letra del banco es la misma con la que ellos se enfrentan a la amenaza de desaucio. Los drogadictos del cine se acercan a la muerte, a la degradación física, con la misma preocupación que los sobrios llegan tarde a una cita.

Dunne da unas clases estupendas en un colegio multirracial. El día que está animado hace pensar a los niños en las fuerzas que provocan las grandes transformaciones de la historia. El día que tiene resaca se duerme delante de ellos. La primera mitad de la película está rodada para insistir en algo que ya sabemos, que Dunne es un hombre imperfecto. La explicación de su vida parece rodada por alguien tan colgado como el protagonista. Cierta capacidad de síntesis hubiera sido más de aplaudir. En vez de tantas resacas hubiera bastado una, en vez de tantos personajes hubiera bastado alguna conversación.

Los preámbulos nos preparan para una escena antológica. El profesor decide salvar a una de sus alumnas, pero cuando se encuentran no sabemos quien es el salvador y quien la víctima. En sus clases explica que la realidad es compleja, que no existe un bien y un mal, sino una dialéctica de fuerzas. Toda la escena, quizá toda la película, es una serie de variaciones sobre ese tema. El profesor y su alumna, el drogadicto y el camello, el héroe y la niña. Todas las líneas funcionan como una melodía profundamente subversiva dentro del pentagrama vital de estas dos existencias al límite. Que pena que los músicos se pasen una hora afinando los instrumentos antes de empezar a tocar.
Roberto Piorno (Guía del Ocio) ***: A Ryan Fleck no le interesa el marasmo alienante en sí de la autodestrucción por vía de la química, aunque la observa minuciosamente, su búsqueda es otra, la de exponer los flecos mil de una paradoja extrapolable, cual es la del idealista inmoral, apoyado en el servicio a los otros como terapia y clavo ardiendo mientras observa la demolición de su vida privada. El filántropo compulsivo que se alimenta de compasión ajena para cebar la cuesta debajo de su propia desesperación. La dicototomía cristiana aquella del hombre inútil que salva al mundo a la misma velocidad que pierde su alma. Ése desgraciado averiado y descarrilado es un profesor de secundaria que cree firmemente en la integridad didáctica y en su posición responsable de referente social, pero que en los ratos libres se consume por dentro entre un infierno de estupefacientes. Esa fascinante contradicción, tangible como un pedazo de carne y piel, es la mejor victoria de este Half Nelson, filme de culto de entre los acólitos de la independencia USA que se agarran desesperados a cualquier pedazo de celuloide con atisbos de humanidad.

Zodiac

La imprecisión

«El tiempo me ha enseñado algunas astucias: eludir los sinónimos, que tienen la desventaja de sugerir diferencias imaginarias; preferir las palabras habituales a las asombrosas; intercalar en un relato rasgos circunstanciales; simular pequeñas incertidumbres, ya que si la realidad es precisa la memoria no lo es; narrar los hechos (esto lo aprendí de Kipling y en las sagas de Islandia) como si no los entendiera del todo; recordar que las normas anteriores no son obligaciones y que el tiempo se encargará de abolirlas.»
Lo dice Borges, en el prólogo de su “Elogio de la locura”. Pero no frente a la realidad que es precisa, sino frente a la imaginación que siempre es asertiva. La prosa de Borges está llena de vacilaciones. Sirven, como dice él, para simular la memoria que es imprecisa

David Fincher, 2007
Reparto: Jake Gyllenhaal (Robert Graysmith), Robert Downey Jr. (Paul Avery), Mark Ruffalo (detective Dave Toschi), Anthony Edwards (detective William Armstrong), Brian Cox (Melvin Belli), Elias Koteas (sargento Jack Mulanax), Donal Logue (Ken Narlow), John Carroll Lynch (Arthur Leigh Allen), Chloë Sevigny (Melanie), Dermot Mulroney (capitán Marty Lee).
Guión: James Vanderbilt; basado en el libro de Robert Graysmith.
Producción: Mike Medavoy, Arnold W. Messer, Bradley J. Fischer, James Vanderbilt y Ceán Chaffin.
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Cito a Borges para explicarme a Fincher. Después de Seven, de Fight Club, de La habitación del pánico, rueda un documental sobre la imposibilidad de saber quien fue un asesino en serie de los años setenta. Alejado de las simetrías de Seven Fincher compone una obra circular donde el mismo tema de la búsqueda imposible vuelve una y otra vez a lo largo de una vida que, en un plano de fondo, va componiendo las etapas de un relato: el noviazgo, el matrimonio, la separación, y, en el centro, el caso.

Supongo que este giro de Fincher no es estilístico. Se lo imponía su material: años de investigaciones infructuosas, sospechosos que nunca pudieron ser sentados en el banquillo. Fincher no le da al espectador ninguno de los agrados que promete la ficción, el castigo, la solución de un enigma, la culminación de una búsqueda; no se los da porque no sucedieron. No se trata de contención, sino de rigor.

No descubro, sin embargo, la maestría de la que me hablan. Percibo, como siempre, el abuso de los directores mimados de la industria, que, adueñados del sistema, mandan sobre los productores y se niegan a aceptar la saludable tijera. 170 minutos también hubieran hecho mella en Casablanca.

Diarios de la calle

Pelotazo educativo


Diarios de la calle
(Freedom writers)
Richard LaGravenese, 2007
Reparto: Hilary Swank (Erin Gruwell), Patrick Dempsey (Scott Casey), Scott Glenn (Steve Gruwell), Imelda Staunton (Margaret Campbell), April Lee Hernandez (Eva), Mario (Andre), Kristin Herrera (Gloria), Jacklyn Ngan (Sindy), Sergio Montalvo (Alejandro), Jason Finn (Marcus), Hunter Parrish (Ben).
Guión: Richard LaGravenese; basado en el libro "The freedom writers diary" de Freedom Writers y Erin Gruwell.
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“Diarios de la calle” es como ver a Jack Nicholson llevándose a mis chavales del H en un velero mientras la doctora Ratched grita despavorida que es la hora de tomar la medicina. Desde que Sydney Poitier enseñó a sus enanos a hacer una ensalada en el instituto, el mundo de cine se ha inundado de profesores carismáticos que sueñan con conquistar las mentes inmaculadas de nuestros tiernos adolescentes. Antonio Banderas lo intentaba modestamente con el Baile de salón. Mr Kitting iba demasiado lejos en El club de los poetas muertos. El Forrester de Descubriendo a Forrester no enseñaba nada, pero servía al chaval para vacilar de autor famoso. La Michelle Pfeiffer de Mentes peligrosas es la más parecida a la protagonista de esta película, porque los chicos son todos unos delincuentes desmelenados, y porque resuelve el problema implicándose con ellos. El profesor menos parecido a Erin Gruwel es el Mr Chips de Adios Mr Chips, porque no se plantea como dar un “pelotazo” educativo, sino como administrar una vida entera consagrada a la enseñanza.

“Diarios de la calle” es esencialmente verídica. Los profesores vivimos a veces situaciones en las se produce algo especial, oasis de entendimiento. Erin Gruwel narró su oasis en un libro que era una colección de los diarios de sus alumnos y ahora lo tenemos en cine. Corría el año 94. Todavía estaba viva la revuelta de Los Angeles. La policía apaleó a Rodney King y un juez excesivamente clemente dejaba salir en libertad a los responsables. El país estalló en llamas durante una semana. Todo eso ocurría en el mismo país que quería dar ejemplo al mundo de coexistencia pacífica.

Erin Gruwel tiene en ese momento 23 años y no sabe hacerse con una clase multirracial que, o bien grita, o bien se pelea, o bien hace pellas cuando quiere imponerles donde tienen que sentarse. No hay comunicación hasta que un alumno caricaturiza a un negro de la clase. Erin responde hablandoles de los nazis y el curso empieza a escuchar. No sé de que hablaría la industria americana del cine si Hitler hubiera perdido las elecciones del 33.

La profesora trabaja horas extras para comprarles libros nuevos. Los alumnos se quedan atónitos. Uno huele el suyo, huele a nuevo. El tema podría ser ¿hace falta gastar más en material escolar? Como todos los profesores que conectan con sus alumnos, ella tiene que enfrentarse con los estamentos conservadores que quieren hacer lo mismo de siempre. Su jefa del departamento de lengua se opone: eso que está haciendo no es exportable, no sirve como programa, es una relación especial que no puede repetirse cada curso; y tiene parte de razón.

El cine vive de ciertos espejismos. Las películas de amor hablan siempre de amor eterno. Es fácil amar eternamente cuando sólo hay que amar durante una hora y media. A las películas de profesora carismática les ocurre lo mismo que a los amores apasionados. Uno se lo cree, pero a la misma vez sabe que es mejor no volver con la cámara diez años después, por lo que pudiera encontrarse.

Spiderman 3

Heroes complejos



Sam Raimi, 2007
Reparto: Tobey Maguire (Peter Parker/Spider-Man), Kirsten Dunst (Mary Jane Watson), James Franco (Harry Osborn), Thomas Haden Church (Flint Marko/Hombre de Arena), Topher Grace (Eddie Brock/Venom), Bryce Dallas Howard (Gwen Stacy), James Cromwell (capitán George Stacy), Rosemary Harris (tía May), J.K. Simmons (J. Jonah Jameson).
Guión: Sam Raimi, Ivan Raimi y Alvin Sargent; basado en un argumento de Sam Raimi e Ivan Raimi; sobre el cómic de Marvel de Stan Lee y Steve Ditko
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Me cuenta un amigo que lee las viñetas que, en el universo de los superhéroes, Spiderman representa al héroe complejo. Eso me lleva a dos conclusiones, la primera, que las molestias de la película probablemente sean más otorgables a Stan Lee que a Sam Raimi, y la segunda, que si pretendía ser compleja, sólo se queda en el intento.

Raimi ha confundido la complejidad con el exceso. En vez de una hora y media ha rodado más de dos, en vez de un villano ha reunido a tres. Sandman persigue a Spiderman porque es un padre indignado. Su amigo Harry Osborn es un hijo en busca de revancha que no puede dejar de cumplir la voluntad de su padre. Venom es un fotógrafo que compite con Peter Parker y odia a Spiderman porque cree que le quitó la novia y el puesto. Casi todos los malos son víctimas de alguna confusión, igual que la chica. Eso les da la posibilidad de despertar de su autoengaño pero nunca antes de hacerle alguna trastada a Spiderman que alimente su autocompasión infinita y justifique alguna escena de acción.

Spiderman es una serie donde el tránsito entre el bien y el mal no resulta particularmente complicado. Aparte de los errores que todo el mundo se empeña en cometer, están las fuerzas externas. Los malos inventan cosas que acaban dominándolos, como el Duende Verde, o Doc Oc. En esta tercera entrega aparece una plastilina negra que se adhiere a la víctima y saca lo peor que lleva dentro. El fondo de “Spiderman” es que nadie es malo, lo que ocurre es que una mano negra, ya sea en forma de fórmula química, o en forma de alquitran pegajoso tiene la culpa de que se porte mal. A los niños pequeños les valen esas explicaciones para ir tirando; a los políticos les encantaría tenerlas para justificar sus meteduras de pata (¿quién duda que Aznar estaba abducido, o bien narcotizado por el puro de Bush, cuando firmó el pacto de las Azores?); pero los aspirantes a creadores de héroes complejos deberían estrujarse un poco más los sesos.

Cuando el alquitran estelar se adueña de Spiderman y tiñe de negro su traje, y su alma, el héroe se transforma en un tipo malo. Lo cual entraña explicar a los lectores/espectadores en que consiste un tipo malo. El mal consiste, según Lee/Raimi, en un flequillo provocativo y un caminar casquivano, al estilo de Travolta. Consiste en desfilar por un local de moda abrazando a las vampiresas y bailar con frenesí como un ligón que lleva toda su vida en esos tugurios. El bien consiste en la mirada compungida de Peter Parker, fiel como un cordero. Jerry Lewis sufría la misma dicotomía en “El profesor chiflado”, cuando el patoso profesor inseguro se transformaba en Buddy Love. Jim Carrey la sufría, o bien la disfrutaba, en “La máscara”. Los tres comparten la misma repugnancia hacia ese tipo de heroes que en otras salas de cine, un par de calles más abajo, hacen las delicias de todo el mundo.

Tú la letra y yo la música

Tradutore traditore


Marc Lawrence, 2007
Reparto: Hugh Grant (Alex Fletcher), Drew Barrymore (Sophie Fisher), Brad Garrett (Chris Riley), Kristen Johnston (Rhonda), Campbell Scott (Sloan Cates), Haley Bennett (Cora Corman)
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Hugh Grant interpreta a una estrella del pop caída en desgracia. Al actor le falta poco para conseguir ponerle cara a esa cosa inefable que Oscar Wilde quiso atrapar en sus frases, el encanto (“It is absurd to divide people into good and bad. People are either charming or tedious.”) Drew Barrimore hace de mosquita muerta. Desde que dejó de vestir de faralai a extraterrestres indefensos se ha especializado en el papel de chica neurótica a la que es tan fácil coger cariño.

Yo entiendo que nos canse un poco el comentarista pedante que nos recomienda ver la película en inglés, cuando lo que quiere no es que la veamos en inglés sino que sepamos que él sabe inglés. Pero es que una película como esta no debería haber sido doblada. Quizá ni siquiera debería haber sido exportada. La he visto en español y apenas funciona. El cantante y la regadora de plantas tienen cinco días para componer una canción, y ninguna otra cosa en el mundo que les una. Se cuentan cosas y se conocen poco a poco, y cada detalle va añadiéndose como en un pequeño engaste a la letra de la canción. Lo que hay entre ellos tiene que ver con su pasado, pero también con ese poema. Por eso, cuando empiezan a lanzar ripios en la versión castellana, el espectador no puede hacer otra cosa que asustarse. Y cuando Hugh Grant canta su canción uno no puede emocionarse con aquel verso: “I love you despite the fact, that you’ve killed all of my plants,” porque apenas si tiene tiempo de leerlo de pasada debajo de la pata del piano.

Quiero explicarme con este rodeo las criticas, un poco duras que leo en todas partes. La película no es peor que otras comedias divertidas de Hugh Grant “Un niño grande” o “Notting Hill” por ejemplo. La película está pensada como un climax al que los personajes llegan después de pulir unos versos. El espectador de una copia doblada les ve llegar a ese momento como un par de autómatas que tienen que cumplir con el productor, y darse un beso a toda prisa antes de que caiga el telón.
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