La joven de la perla

Peter Webber, 2003
Reparto: Colin Firth (Johannes Vermeer), Scarlett Johansson (Griet), Tom Wilkinson (Van Ruijven), Judy Parfitt (Maria Thins), Cillian Murphy (Pieter), Essie Davis (Catharina), Joanna Scanlan (Tanneke), Alakina Mann (Cornelia), David Morrissey (Van Leeuwenhoek), Anna Popplewell (Maertge).
Guión: Olivia Hetreed; basado en la novela de Tracy Chevalier.
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Virginal Johansson

“La joven de la perla” es una de las grandes obras de Vermeer, también es un misterio. No sabemos quien fue la muchacha. Tampoco sabemos mucho de Vermeer (1632-1675); nos han llegado 35 cuadros y parece que no pintó mucho más, no vivía de su pintura y tenía un patrón llamado Peter van Ruijven. Tracy Chevalier escribió un best-seller en el que recreó quien podía haber sido la chica.

Joseph Pennell (1891) fue el primero que formuló la teoría de que Vermeer había usado la cámara oscura. Lo dijo basándose en uno de sus cuadros, El oficial y la chica sonriente, que guarda proporciones demasiado matemáticas para su época, la hipótesis no es improbable.

La joven del cuadro es la protagonista de la película. Es protestante y debe mantenerse en guardia porque va a trabajar de sirvienta para la familia católica del pintor. Aunque carece de educación es capaz de comprender intuitivamente cosas de la pintura, como la composición y el color, que la acercan a su patrón en una de esas relaciones sutiles, inefables, interminablemente lentas, cuya proliferación en las pantallas puede que acabe para siempre con el concepto de diversión en el cine.

Scarlett Johansson y su seriedad virginal lleva ya dos papeles seguidos (Lost in translation) conquistando el corazón de hombres maduros y platónicos que no le piden un beso. Otra película más en esta dirección y el Play-boy le pagará lo que quiera por enseñar un hombro.
Rotten Tomatoes = 68%. Fresh: 99 Rotten: 46
Taquilla 11ª semana: $9 mill

Entre la queja y la burla

Javier Marías

Los únicos que en la actualidad se empecinan colectivamente en algo tan ridículo como el autobombo son los políticos, con los del PP al frente, y la cursimente llamada “gran familia del cine español”. Tengo amigos cineastas que sé que no participan de eso, y no dudo de que haya más a los que haga sonrojar la autocomplacencia de su gremio; luego espero que me disculpen todos ellos si hablo en términos generales y por lo tanto peco de injusto. Pero resulta muy sorprendente que sea precisamente ese gremio o industria el que más se queja, y el que más exige (tanto del Estado como de los espectadores), y el que a la vez se aparece más satisfecho de sí mismo y más convencido de su enorme genio, repartido, eso sí, entre casi todos sus componentes. Porque lo cierto es que no hay otro más protegido, mimado y halagado, por consenso o porque sí, o lo que es aún peor, por español. Y no me refiero a las subvenciones y ayudas (de las que se podría hablar), sino al tremendo arropamiento mediático de que se beneficia. Cualquier estreno, rodaje o mero anuncio de proyecto son tratados por la prensa y las televisiones como un hito y un acontecimiento, no digamos cualquier premio obtenido en el más desconocido festival extranjero; y el paternalismo de los críticos es tan descarado que más parece nepotismo, amiguismo y coba, todo junto. No soy el único en estar cansado de ir a ver bodrios o naderías españolas amparadas y ensalzadas por reseñas fabulosas y casi unánimes en el momento de su estreno, las cuales se repiten luego, machaconamente, por parte de los que recomiendan o desaconsejan las películas cuando se emiten por televisión (tipos a menudo tan enterados como para decir hace poco, en este diario, que Henry Fonda interpretaba a un “psicópata asesino” en un thriller en el que hacía de jefe de la policía, o hablar, hace más tiempo, de “la guapa Peter Lorre”: Dios los bendiga). Y en fin, tantas veces he caído en la trampa que mi reacción es la de no darle la espalda, pero sí el perfil, a casi todo el cine español. Me perderé alguna obra maestra, pero la estafa crítica tiene sus límites. Tan mal acostumbrados están los cineastas de este país, tan delicada tienen por tanto la piel, que los reproches a una película son convertidos por ellos en “atentados a la libertad de expresión” y su director se presenta como una víctima a la que han hecho pupa individuos tan peligrosos como las víctimas del terrorismo. Esa actitud tiene nombres, y ninguno es honrado ni limpio: se llama blindarse ante las críticas o exigir inmunidad artística. Pero la cosa no acaba ahí. La “gran familia del cine” se ha permitido además, en spots que atosigan las televisiones, la burla de otras cinematografías, en concreto la americana. Atacar directamente al competidor es ya cosa de mal estilo, por abusivo que aquél pueda ser. Meterse con la industria que, aunque hoy en horas bajas, ha dado centenares de maravillas a lo largo de decenios, es tan sólo grotesco. Y luego, no sé: a mí, como novelista, me cuesta imaginar que el Gremio de Editores o la Asociación de Escritores se dedicaran a decir a los lectores qué deben o no leer, y los hostigaran con mensajes patrioteros y chauvinistas del tipo: “No lean a Coetzee ni a DeLillo ni a Amis, que piensan distinto y en inglés, sino a Vizcaíno Casas, Gala y Dragó, que son como muy de aquí”.

Cold Mountain

Anthony Minghella, 2003
Reparto: Jude Law (Inman), Nicole Kidman (Ada), Renée Zellweger (Ruby), Eileen Atkins (Maddy), Brendan Gleeson (Strobod), Philip Seymour Hoffman (Veasey), Natalie Portman (Sara), Giovanni Ribisi (Junior), Donald Sutherland (Reverendo Monroe), Ray Winstone (Teague), Kathy Baker (Sally Swanger), James Gammon (Esco Swanger), Jack White (Georgia).
Guión: Anthony Minghella; basado en el libro de Charles Frazier.
Producción: Sydney Pollack, William Horberg, Albert Berger y Ron Yerxa.
* * * *
Marditos románticos

Si hay algo en esta vida que no trago es un romántico. Lo que pasa es que hoy se llama romántico a cualquier cosa. Una vez me dijeron que "Orgullo y prejuicio" era romántica. ¿Una muchacha que lo primero que te dice de un partido es cuanto dinero gana al año se puede llamar romántica? Pues entonces todo es romántico, hasta inflar a hostias a la parienta.

Yo llamo romántico a lo que hace Minghella. Le das un beso a una chica y tres años más tarde sólo piensas en ella; tanto que no puedes liarte con las sudistas aburridas y algo ninfomaníacas que vas encontrando en el camino de vuelta a casa. Todo esto es difícil de creer, pero que el protagonista le diga que no a Natalie Portman roza la ciencia ficción. A los románticos no les sirve vivir una vida feliz, decirse cosas al oído o dar un paseo los domingos. Para los románticos, tiene que haber torturas, pruebas, castillos inexpugnables, gritos de dolor y holocaustos tremebundos, si no no hay amor. Cuanto peor sea más les gusta, con tal que todo acabe en un beso o en un polvo que puedan recordar mientras vuelven a vivir otra tanda de torturas. Eso es lo que no me gusta de “El Paciente inglés” ni de “Cold Mountain”.

Sin embargo, el desarrollo es apabullante. Está contado en forma de episodios, como un largo periplo desde el frente hasta casa que algunos han querido ver como un trasunto de Ulises y yo de Huck Finn. Inman (Jude Law) sobrevive en la America devastada de los perdedores de la guerra civil. Herido en una batalla sangrienta llega a un hospital donde lee una carta de su amada (Nicole Kidman) que le pide que vuelva a casa; él decide hacerlo en vez de sacrificarse por una guerra perdida. Las milicias locales patrullan todo el territorio buscando desertores, ellos, no los yankees, son los enemigos. Su crueldad es gratuita.

El camino a casa esta plagado de aventuras emocionantes. La vida de la muchacha es igual de conmovedora. Ella es la hija de un reverendo que no ha aprendido nada que sirva de utilidad, sabe bordar, pero no sabe zurzir, sabe cortar rosas, pero no sabe cultivar. La guerra cambia todo su mundo de valores. Después de sufrir el hambre acepta una criada (Renée Zellweger) que le enseña el lado práctico de las cosas, y también el cínico. La actriz texana aporta algo de humor a la tragedia.

Las tribulaciones del desertor en su camino a casa recorren un mundo devastado, trastornado. Casi todos los hombres están en el frente, y en las granjas sólo quedan las mujeres y los ancianos. Inman conoce una familia llena de mujeres lujuriosas, y una madre abandonada. La paz le llega de una anciana que cuida de él y lo cura.

El mérito de la película está en la composición de las dos historias. Como en un concierto, los dos instrumentos, las dos narraciónes, enfrentan sus melodías. La desesperación del soldado es cortada para narrarnos la paz del hogar en Cold Mountain. A los momentos de hambre de la muchacha sigue una escena de ilusión de su amado. Lucas suele usar estas mezclas para enfrentar a los enemigos en la mente del espectador, a Minghella le sirven para unirlos, porque en cada momento sentimos que al margen de lo que están sufriendo o disfrutando, el corazón de cada uno está puesto en la existencia del otro.

Un ciego asa cacahuetes a la salida del hospital de Inman. Jamás ha visto la luz. ¿Qué no daría por tener usted diez minutos de visión? le pregunta Inman. "Nada," responde el ciego, "porque luego tendría que volver toda la vida a la oscuridad." Inman, que es el románticismo, cree que sí vale la pena. El ciego viene a pensar igual que yo.
Teófilo Necrófilo: "Es una clásica de chica bien que lo pasa mal con la guerra y soldado que regresa del frente. A mi me pareció fría y artificial, Nicole Kidman está imposible para una persona que vive la guerra tan cerca. [...] Una gran producción que se les ha quedado con rigor mortis. "
Fran: "Minghella vuelve a hacer un cine intimista y que habla de la necesidad del amor para vivir en un mundo donde la violencia acecha. Y repite también al presentar una historia personal insertada en un gran escenario histórico, ahora la guerra civil americana."
Rotten Tomatoes= 73%. Fresh: 128 Rotten: 47
Taquilla 8ª semana: $88 mill

El jurado

"The runaway jury"
Gary Fleder, 2003.
Reparto: John Cusack (Nicholas Easter), Gene Hackman (Rankin Fitch), Dustin Hoffman (Wendell Rorh), Rachel Weisz (Marlee), Bruce Davison (Durwood Cable), Bruce McGill (Juez Harkin), Jeremy Piven (Lawrence Green), Nick Searcy (Doyle), Stanley Anderson (Henry Jankle).
Guión: Brian Koppelman, David Levien, Rick Cleveland y Matthew Chapman; basado en la novela de John Grisham.
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El efecto Michael Moore

John Grisham trabajó en un buffet de abogados antes de convertirse en un escritor multimillonario. En sus novelas habla de temas judiciales y prefiere atacar a las compañías de tabaco, pero en este caso ha hecho una excepción y se ha aliado con Michael Moore para torturar a los fabricantes de armas que, acogidos a la segunda enmienda de la constitución, se están haciendo de oro en Estados Unidos a costa de poner un arma debajo de la almohada de cada paranoico.

Una mujer demanda a un fabricante de armas por la muerte de su marido a manos de un loco que entró en su despacho; y si ella gana el juicio puede hundir a toda la industria de armamento. La bondadosa viuda contrata a un abogado honrado que interpreta Dustin Hoffman, la perversa industria se alía para tener los servicios del torcido Finch que interpreta Hackman. Pero los abogados no cuentan, la decisión de este caso trascendental está en manos de un manipulador que hay dentro del jurado que interpreta Cusack.

En realidad es como ver otra vez doce hombres sin piedad, sólo que el papel de Henry Fonda lo hace un tramposo que vende esa capacidad de cambiar el veredicto por diez millones de dólares. Y tiene la gracia de que casi toda la acción ocurre fuera y uno no se agobia con la sala y los sudores de los actores. De hecho se les ha ocurrido la brillante idea de sacarnos de los conocidos Nueva York, Chicago y Los Ángeles, ciudades que conozco casi mejor que Madrid gracias al cine, y han trasladado la acción a San Luis. El color local lo logran con una santera negra y casas coloniales, casi todas desconchadas.

Cusack, o sea, Nicholas Easter dice que él es un agnóstico. Es decir, no le importa quien gane el juicio, le importa el dinero que puede sacar. Pero la película no va de quien tiene menos escrúpulos para pagar a un jurado y comprar un veredicto. El fondo está, quizá, en que la verdad es la primera perdedora de un juicio igual que lo es de las guerras. Porque al final parece que todo se puede conseguir con dinero, y todo, incluso los miembros de un jurado, se pueden controlar como demuestra el expertisismo Hackman.

El final es moralizante, siento destriparlo, pero no me calma el desasosiego que produce el planteamiento, donde un abogado omnipotente que parece el Gran Hermano de Orwell es capaz de saber hasta cuantos tatuajes tiene uno de los jurados. Porque eso demuestra lo que todos sentimos íntimamente cuando oímos algunos veredictos, que la justicia no es ciega, sino tonta.
Rotten Tomatoes= 70%. Fresh: 101 Rotten: 43
Taquilla 14ª semana: $48 mill

Seabiscuit

Gary Ross, 2003
Interpretación: Tobey Maguire (Johnny 'Red' Pollar), Jeff Bridges (Charles Howard), Chris Cooper (Tom Smith), Elizabeth Banks (Marcela Howard), Gary Stevens (George Woolf), William H. Macey (McGlaughlin), Valerie Mahaffrey (Annie Howard), Michael O'Neill (Sr. Pollard), Annie Corley (Sra. Pollard), Sam Bottoms (Sr. Blodget).
Guión: Gary Ross; basado en el libro de Laura Hillenbrand.
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The underdog

Seabiscuit pertenece a la historia y a la mitología norteamericana. Era un caballo más pequeño de lo normal que se hizo famoso en los años de la depresión. Los artículos sobre este caballo de carreras llenaron más papel que los de Roosvelt, Musolini o Hitler. Las vidas de los hombres que lo hicieron campeón conectaron con el público de los años del New Deal. Pollar, el jockey, pertenecía a una familia acomodada hasta que se arruinó en 1925; Charles Howard, el dueño representaba al hombre de éxito gracias a la industria del automóvil, y también era un altruista; Tom Smith, el entrenador, tenía una relación con los caballos casi mística.

El arranque de la película narra la historia de los cuatro protagonistas, que son cuatro perdedores a los que la vida les ha arrancado algo. Seabiscuit es un caballo perdedor porque nadie ha creído en él, Pollar es un jockey en el que nadie ha confiado. El imparable ascenso de estos personajes trasciende de sus vidas para convertirse en una inspiración para mucha gente.

La narración busca el lado épico de la historia más que el lado personal, que describe con pudor; y añade algo al falso optimismo de los telefilmes del domingo. Los protagonistas son seres derrotados que nadie empuja al vacío cuando están a punto de caer; todos encuentran una mano tendida, un clamor, o un apoyo que les ayuda a levantarse, y a vencer, como en las comedias de Capra. Sólo que sin la magia de Capra.

La película está construida para conducirnos a un momento de emoción, el de la carrera entre Seabiscuit y War Admiral, y no dejo de ver cierto mérito en esa revisión humanista de la sensación de triunfo.
Rotten Tomatoes: 79%; Rotten: 35 Fresh: 135
Taquilla: $120 mill.
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