Los dos lados de la cama

(Emilio Martínez Lázaro) ** [Nota, las dos estrellas las doy porque soy español, reduzcase en una estrella si no se es de este país]

El cine español vive un letargo invernal que dura ya casi una década. Y supongo que no hay ninguna razón para que despierte en otros veinte años teniendo como tiene una clientela utranacionalista dispuesta a aplaudir cualquier bodrio con la única condición de que luzca alguna expresión castiza. El espectador español es mal juez de su cine igual que una madre es una pésima jueza de sus hijos, y aun así está dándole la espalda. A mi juicio no lo suficiente. La solución, sin duda es llenar toda esa ineptitud de celuloide de generosas subvenciones para de ese modo no enterarnos de lo que le está ocurriendo, dirán algunos.

Si tuviera que concretar lo diría en una sóla frase: en el cine español no hay movimiento. Nada se mueve, nada conmueve. El maestro de la inanidad es Garci, que ha visto a dios en forma de oscar y no necesita volver a hacer cine, le basta mirarse el ombligo. Pero da igual mirar en otra dirección. Da igual fijarse en la cacareada película de Martínez Lázaro. ¿Qué es lo que ocurre en “Los dos lados de la cama”? Nada. Y si ocurre da igual que ocurra. Las chicas discuten, los chicos intiman, uno dice una cosa otro dice otra. Todos cantan. Nada. Vacío al cuadrado.

Lo único que “los dos lados de la cama” quiere vendernos igual que tantas teleseries megamodernas es que ellos no están chapados a la antigua. Las dos horas de canciones sirven para que yo me entere de que una relación homosexual es una cosa guay y tan válida como una relación hétero.

Vale, mil gracias, me doy por enterado. Pero ya que estamos hablando de amor homosexual ¿sería mucho pedir que alguien me hiciera sentir algo? Lo digo porque llevo emocionándome con cientos de películas desde que era niño y ésta me deja más frío que un discurso a la nación del presidente. ¿O es que con la recontramodernez del elemento gay ya me tengo que dar por satisfecho y me tengo que ir a casa sin pedir nada más?

Match point

(Woody Allen, 2005) ***

Cuando uno ve una película de acción se alegra de ver al héroe salirse con la suya a pesar de las dificultades. Nos gusta que lo tenga crudo y que cada vez se lo pongan más difícil porque pagamos la entrada para verle pelearse. Los autores que miman mucho sus personajes no venden entradas. El público no paga para que de repente aparezca una puerta de salida y el héroe salga corriendo. Pero acepta esa puerta si el guionista la puso ahí al principio, nos habló de ella y nosotros (ah, que tontos) no la vimos. De cosas así ya se quejaba Aristóteles en su Poética. Allen juega limpio con su Deus ex Machina. Lo rodó a cámara lenta y todo, así que no vale quejarse.

Allen es un creador nato, un peso pesado de la narración. Yo prefiero a Wilder que tenía más de arquitecto; Wilder rodaba la primera escena pensando en la última. Allen no se sentiría a gusto haciéndolo. Presiento que trabaja con la necesidad de sorprenderse a sí mismo. A cada paso de la acción Allen toma aire y necesita discutir con el espectador. Sabe cuales son las expectativas que está creando y sabe cuales son sus opciones y sus callejones sin salida. En sus películas me siento menos un espectador que un contertulio de Allen esperando a una de sus réplicas ocurrentes.

En Match Point veo dos partes demasiado diferentes. La primera, es la presentación de los personajes que nos envuelve sin que podamos pensar un segundo. En esta parte, el personaje de Scarlett Johansonn (Nola Rice) es un ser humano complejo. En la segunda parte Nola se convierte en una parodia, en un típico personaje de comedias de Woody Allen, con su desesperación y su insoportable insistencia.

Toda la historia deriva en una vulgar tesis. Resulta que estábamos viendo una comedia para aprender una conclusión del autor. ¿Allen es capaz de hacernos esto, a nosotros su público fiel? Bueno, Woody Allen podría excusarse igual que con lo del “deus ex machina”: tiene derecho a sacarlo de su chistera porque lo había presentado al principio. Su moralina ya apareció en la primera conversación que tuvieron los cuatro protagonistas.

¿Qué cual es? Vayan a verla.

King Kong

(Peter Jackson, 2005)

Dicen los psicólogos que cuando soñamos con otras personas en realidad estamos soñando con nosotros mismos. Y dicen los teóricos del guión que cuando plantamos a un personaje en una historia tenemos que ponernos en su lugar. Lo curioso de King Kong es que nos invita a ponernos en el lugar de un animal salvaje. La extraña sensación con la que uno sale del cine después de esta película (o bien cualquiera de las dos anteriores) no es el fruto de ninguna habilidad extraña de los directores; yo pienso que es la resaca que produce haberse sentido durante unas horas en la piel de una bestia.

Tres días después del estreno me intriga mucho saber si será un taquillazo. La crítica, supongo, la avalará. El nombre de Peter Jackson invitará a más de uno a entrar a verla. A mi, en cambio, me supuso un obstáculo pensar en el director de “El señor de los anillos”. Y mis temores se cumplieron. Jackson es, ahora mismo, un director malcriado que ha trabajado con presupuestos excesivos, y lo que es peor, con una paciencia inombrable de su público que no le ha pedido que recortara aquella trilogía insoportable. Todo lo contrario, aquellos santos espectadores se quejaban de que se había comido un personaje o un episodio. ¡Todavía querían más!

A King Kong no le sobran tantos metros, pero le sobran muchos. El prólogo de la actriz de vaudeville que pasa hambre en mitad de la gran depresión nos acerca a la actriz, pero nos aleja de la historia. La historia arranca cuando la actriz domestica al monstruo. El monstruo juega con ella como un objeto más hasta que ella le grita, hasta que hace valer quien es. Igual que en Beauty and the Beast. King Kong es un salvaje, pero también un niño. Y creo que en ese momento es cuando el espectador no podrá dejar de meterse en su piel.

En la versión de Cooper y Shoedsack el monstruo es domado y exhibido en Nueva York y despierta cuando huele el perfume de Fay Wray. Confieso que me gusta más la versión de Jackson. El monstruo es igualmente exhibido y parece despertarse cuando ponen una chica rubia delante de él. Pero entonces ve que es otra y pone cara de disgusto. Ese momento me resarce por todo el exceso de metraje.
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