8 oscars robados

Ciudadano Kane perdió el oscar a favor de Qué verde era mi valle.

Toro salvaje perdió frente a Gente corriente.

Kramer contra Kramer se lo quitó a Apocalypse now.

Forrest Gump se lo quitó a Pulp Fiction y a Cadena perpetua.

Humphrey Bogart perdió el oscar en Casablanca frente Paul Lukas.


Un americano en París derrotó a Un lugar en el sol, Un tranvía llamado deseo. La Reina de África no fue nominada ese año.

Roberto Benigni ganó el oscar al mejor actor frente a Nick Nolte, Tom Hanks, Edward Norton e Ian McKellen.

El señor de los anillos perdió el oscar a vestuario frente a Gosford Park.

Empire Film Guide.

La jaula de oro



Alter-egos


“Platinum blonde”
Frank Capra, 1931
Loretta Young (Gallagher) Robert Williams (Stew Smith) Jean Harlow (Anne Schuyler) Louise Closser Hale (Mrs. Schuyler) Donald Dillaway (Michael Schuyler)
* * *
Un periodista visita la rica familia Schuyler en busca de una exclusiva y vuelve a su periódico con ella. Además de airear los trapos sucios de la familia, el periodista ha conseguido el corazón de la joven heredera (Jean Harlow). Se casan y los compañeros de la redacción le dicen que se convertirá en un pájaro en una jaula de oro, la prensa enemiga lo llama "Cinderella man". El tema es fácil de enunciar por lo antiguo de la película, la inocencia del cine y lo fácil que era entonces caer en la demostración de un postulado. El tema es si el periodista sucumbirá a su jaula de oro o no.

En 1931, Capra aún no había llegado a su fórmula magistral. Pero ya apuntaba maneras y daba pistas del que iba a ser su sello: el mundillo de la prensa que tanto le gusta (Sucedió una noche, Juan Nadie); los mayordomos estirados a los que enseña a relajarse; los conflictos de clase vistos del revés; los diálogos chispeantes; la caracterización del héroe no por lo que hace, sino por el carisma que tiene con todos los que le rodean. Y el momento capriano por excelencia, aquel en el que el protagonista nos dice quien es contándonos su sueño más íntimo.

El sueño del periodista es hacer una obra de teatro (Robert Williams, el actor, se parece al desenvuelto Clark Gable y hubiera hecho una gran carrera, pero murió de una peritonitis poco después de acabar la película). La mujer de verdad, no la de cartón piedra que interpreta Harlow, es la que escucha sus sueños y le ayuda a escribir. Pero al final no sabe como acabar su obra. Decide que unirá a su alter-ego con el alter-ego de la chica, y la besa. Para besar a la damisela necesita representarlo en una ficción, necesita alter-egos. Algo parecido le ocurría a Woody Allen en “Sueños de un seductor”, necesitaba a Bogart para hacer algo heroico. El problema para el espectador es que la propia película que está viendo ya es una ficción, ¿para que introducir otra ficción en su interior?

Mordaunt Hall. The New York Times, 1931: The title, of course, is a misnomer, referring to Jean Harlow, a young woman who is spectacular rather than competent as an actress. It is Stew Smith's picture. To begin with he sneaks a breach-of-promise story out of the Schuyler mansion, declining a bribe. Next day he saves the same family from an ugly blackmail, declining a reward.

This puts him again in the affections of the Schuyler heiress. He marries the girl and is persuaded to take up residence in the left wing, right wing and blue room of the sensational palazzo which the Schuylers call home. What with having to suffer the ministrations of a gentleman's gentleman and listen to his ungentle fellows refer to him as "the Cinderella man" and "Ann Schuyler's husband," he loses his composure and retires to his speak-easy and the little girl who waits for him.


Mark Zimmer: The script owes much of its cohesiveness to series of running gags, centering on the name Smith, double-strength bicarbonates, birds in gilded cages, and garters for socks, but instead of running out of steam, each gag becomes funnier as the film rolls along.

Above all, however, this is a comedy about class. In the height of the depression, Capra understood that movie-going audiences for the most part both wanted to see how the "other half" lives, and to give the rich a swift kick in the pants at the same time. The picture spends a lot of time displaying the lavish lifestyle of the Schuylers and contrasting it with the simple and straightforward lives of Gallagher and Stew. Although not quite the full-blown populism of Capra's pictures of the late 1930s and 1940s, the essentials are all here.

Cinema de perra gorda: Una labor en la que resulta especialmente brillante la labor del para mí desconocido Robert Williams –que falleció poco después de este rodaje-, ofreciendo una sorprendente labor en su personaje protagonista, dentro una tipología que llega a ofrecer influencias incluso de Groucho Marx. Es más, la excelente secuencia en la que compañeros periodistas literalmente “inundan” la mansión de los Schyler, no se por qué, pero me pareció un antecedente de la célebre del camarote en UNA NOCHE EN LA ÓPERA (A Night at the Opera,1935. Sam Wood).

¿Quién nos lee?

Babelia: ¿Cómo caracterizaría la sociedad actual, la de la cultura de masas?


Boris Groys: Estamos en la época de la cultura del espectáculo. Lo que está cambiando es que ahora todo el mundo quiere ser protagonista, todos quieren mostrar lo que saben hacer, y de paso tener éxito. Ahí están MySpace o YouTube: todos quieren expresarse, todos son artistas. Con lo que hay un nuevo problema: ¿quién es el espectador? Guy Debord, el analista más lúcido de la cultura del espectáculo, se suicidó. El último espectador atento se suicidó. Así que hablamos, pero no sabemos quién está escuchando, escribimos y no sabemos si hay alguien que lee. Para que haya espectáculo tiene que haber espectadores. Así que todos esos afanes de proyectarse, de crear espectáculo, se sostienen en una hipótesis imaginaria: que hay alguien ahí.

El País. Babelia. Hoy.


¿Quién nos lee si ya no quedan lectores? ¿Que hacer en un mundo de tenores y vedettes? Hace siglos que nadie escribe algo en mis comentarios si no es para mostrarme su propio blog. Todos son amables, lo agradezco, pero nadie sabe que elogiar, porque nadie tiene tiempo de leer. Todos, hoy, somos Zola y Flaubert. Nunca fue tan fácil publicar, nunca fue tan raro encontrar un lector. Habrá que acostumbrarse a los nuevos tiempos. Yo por mi parte, este verano estoy leyendo sin cesar. También leo blogs. Empiezo a sentirme raro, leyendo a otro en vez de publicar, escribir, ser yo el tenor. Les invito a un ejercicio parecido.

Hancock



Egos

Dice Lacan, en su teoría del espejo, que el yo no lo traemos puesto al nacer, tenemos que aprenderlo, igual que tenemos que aprender a decir "gracias" después de que nos dan una chuche y todo lo demás. Por eso, ocurre que si hemos fabricado un "yo" con mucho tesón, también podemos fabricarnos otro que mole más, o pagar una entrada de cine y ponernos el que ya han fabricado para nosotros en Hollywood.


Peter Berg, 2008
Reparto: Will Smith (Hancock), Jason Bateman (Ray), Charlize Theron (Mary), Eddie Marsan (Red), David Mattey (Man Mountain), Maetrix Fitten (Matrix), Thomas Lennon (Mike), Johnny Galecki (Jeremy).
* * *
Ponernos encima el ego de Hancock es un poco menos insoportable que el de otros superhéroes porque Hancock tiene problemas. Por un lado es un borracho que no cae bien a nadie, y por otro lado está solo. Un niño pequeño puede preferir a un Superman invulnerable con la criptonita a buena distancia, porque prefiere verle ganar todas las batallas. Los adultos preferimos a Hancock porque nos vacila menos y porque no nos agobia salvándonos.

La anécdota es que Hancock conoce a un experto en marketing que le enseña a venderse. Conclusión, no somos los que valemos, somos lo que vendemos. También conoce a la chica y descubre que no puede tenerlo todo. ¿Pero, quien querría tenerlo todo si pudiera tener a Charlize Theron? Los dos se pelean como dos enamorados por cosas de parejas. El tono es divertido para una serie en horario de sobremesa, pero no le pega tanto a una historia de superhéroes. Se trata de un hollywood que se va acercando a Disney en el afán de llegar a la cumbre de lo políticamente correcto. Azaroso siglo xxi, se acabaron las doncellas indefensas, el tabaco y los chistes de países.
Alberto Bermejo. Metrópoli: Lo de menos son las catástrofes más bien ridículas que soluciona o propicia el costroso superhéroe, incluso el idealismo desamparado que asume Jason Bateman.

Lo que importa o conmueve o perturba ocasionalmente son los momentos de reconocimiento y de atracción que surgen entre esa pareja imposible en la ficción, atrapada en un fatalismo irresoluble en lo mitológico pero perfectamente reconocible en lo humano, asimilable a un concepto tan romántico y familiar como el de 'ni contigo ni sin ti'.

Escondidos en Brujas



Segundas oportunidades

Dos asesinos a sueldo son enviados a Brujas por su jefe después de meter la pata en el último encargo. El más viejo adora la cultura que esconden las paredes de la vieja ciudad medieval, el más joven se aburre de muerte.

No sé hasta que punto esta introducción está bien elegida

Martin McDonagh, 2008
Reparto: Colin Farrell (Ray), Brendan Gleeson (Ken), Ralph Fiennes (Harry), Clémence Poésy (Chloë), Jérémie Rénier (Eirik), Thekla Reuten (Marie), Jordan Prentice (Jimmy).
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. Muchos espectadores puede que no se preparen para la comedia salvaje que va a estallar en la segunda mitad de la obra. Se trata de media hora de conversaciones sobre ciudades, cultura, intereses que pueden aburrir o desconectar; pero, en realidad, se trata de un camino de migas de pan. Nadie debería olvidar ni una sola de las conversaciones insustanciales que tienen los dos sicarios.

Kundera dice en “El arte de la novela” que no hay cosa que le cueste más transmitir al lector que la coña. Muchos de sus capítulos son una burla, igual que el enfrentamiento de estos dos seres extraños vagando por las calles de Brujas. El duelo chispeante de argumentos entre los tres protagonistas trata de la existencia de un código que rige incluso la vida de los asesinos a sueldo. El jefe (Fiennes) lo lleva a sus últimas consecuencias. El mayor de los dos amigos mira las cosas con la transigencia de su sabiduría, que le hace enarbolar la bandera de las segundas oportunidades “el chico puede cambiar”. El joven (Farrell) vive el conflicto desde dentro como algo parecido a la culpa.

La maestría de McDonnagh ha consiste en hacerlos a todos entrañables, y aprovechar cada trocito de conversación, hasta el más mínimo tiempo muerto, para hacer avanzar la historia.

El goce como obligación



Esta es la razón por la que el cine catástrofe es tan popular hoy. La única manera de leer la película Titanic de James Cameron, es por una pregunta precisa: ¿por qué el barco choca contra el iceberg justo en el momento en que lo hace? Luego de hacer el amor, ellos suben a la cubierta y ella –Kate Winslet, que viene de una familia rica– le jura a él –Leonardo DiCaprio, un chico pobre– que va a vivir con él dejando su círculo social y su riqueza, y que no le va a importar ser pobre. Es ahí cuando choca el barco. La verdadera catástrofe es quedarse juntos: sostener la ilusión de que el amor es posible y no defraudarse. En este sentido yo no creo que el psicoanálisis sea anacrónico. Es más actual que nunca. Normalmente los argumentos estúpidos son así: Freud fue bueno para la época victoriana, cuando había inhibiciones sexuales y el psicoanálisis ayudaba a tener una vida sexual normal, contra la internalización de las prohibiciones familiares y la culpa; pero hoy la vida aparece como permisiva... ¡No! Creo que actualmente es aún peor: el problema hoy es que la gente no se siente culpable de transgredir prohibiciones sino de no transgredir, de ser incapaz de gozar. Y ésta es una estructura superyoica mucho más fuerte.

Slavoj Zizek. Lacan dot com.
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