La dama boba

El ingenio es bello

Manuel Iborra, 2006
Rearto: Silvia Abascal (Finea), José Coronado (Laurencio), Macarena Gómez (Nise), Roberto Sanmartín (Liseo), María Vázquez (Clara), Juan Díaz (Pedro), Verónica Forqué (Otavia), Antonio Resines (Maestro de letras), Paco León (Maestro de baile), Cristina Collado (Gerarda), José María Sacristán (Feniso), Antonio de la Fuente (Duardo).
Hubo una época, arededor de los ochenta, en que todas las críticas de cine que leía hablaban de lo teatral de una película. Se puso de moda decir que el gran lastre del cine era el teatro y parecía que para ser un buen director bastaba con no caer en la teatralidad. Visto así, el listón parecía muy fácil de saltar.

¿Cómo se le quita la teatralidad a una película? El problema no me ha preocupado nunca, pero cuando se adapta a un clásico como Shakespeare, como Wilde o como Lope, puede convertirse en un problema. Un problema aún mayor si la obra es en verso, como “La dama boba”, porque el verso no permite cambiar ni una letra. Lope quiso contar con sus versos muchas cosas que el cine siempre resuelve con un plano. Peor aún, los versos anticipan cosas que al espectador moderno le gusta suponer o adivinar; y también explican los temas, las lecturas y la moral de la historia, que es lo último que un espectador quiere que le regalen.

Lope explica demasiado. Al público de hoy hay que darle más confianza de la que Lope daba al suyo. Hay que dejarle cosas sin decir, y puzles que resolver. Hay que dejarle participar. El resultado de una adaptación de Lope a nuestro siglo es poco estimulante. Es más fácil aburrirse que pasarlo bien. Pero no me quejo mucho. Tengo poco tiempo y ganas para leer teatro clásico y no dejaría escapar una sola adaptación, si las estrenaran cada semana. Me ahorrarían tener que leer los originales.

Dramáticamente, discúlpenme sus amantes, Lope de Vega falla en un par de puntos. El don juan de la obra no resulta tan atrayente, no le perjudica su picardía, pero sí ser mercenario y vulgar. Parece que al espectador del siglo de oro le caían bien los caza-dotes. El personaje que impide el final feliz (igual que en "La importancia de llamarse Ernesto") es la madre de la muchacha. Pero no tiene ninguna razón para hacerlo. La moraleja es discutible, presupone que el ingenio es tan atrayente para los demás como la belleza, y que sólo se adquiere cuando se ama.

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