La sirenita

“The little mermaid”
Ron Clemens, John Musker, 1989
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Transgresiones

Ariel tiene 16 años y vive en un mundo de ensueño donde ella es la hija del rey y su bonita voz es imprescindible para los conciertos que compone el cangrejo Sebastián.

Para las heroínas de los cuentos tradicionales es común encontrarse con una prohibición que nunca deben transgredir, y que leído entre líneas sin echar demasiada imaginación y sin necesidad de apelar a Freud no es más que un eufemismo para el sexo. Las heroínas de los cuentos tradicionales no deben acostarse con el chico mono, y Ariel no debe acercarse a los humanos. Pero lo hace. Intrigada por los objetos que llegan a ella desde los veleros espía a hurtadillas a un príncipe y se enamora de él después de un naufragio.

El mar es como la familia, el sitio seguro al que pertenece. Los humanos son el bosque, donde ella se arriesga a perder mucho si se interna. Como dice su padre: “humanos, son todos iguales, sin espinas, arponeros y comen pescado.”

Para conquistar al príncipe Ariel necesita dos piernas, y la bruja mala se las dará a cambio de su voz. Tiene tres días para conseguir un beso de amor, de lo contrario será una esclava de la bruja. Ella cuenta con la ayuda de los inevitables secundarios de la casa Disney, el cangrejo Sebastián, La gaviota y el pez.

¿Por qué veo tantos parecidos con Belle? Ariel no llega a la altura de la segunda, pero de algún modo la anticipa. No es una niña remilgada como las heroínas de los cuarenta. Ella se rebela contra su padre, y Belle contra el chulo de Gastón y contra la gente pueblerina. Tiene que elegir no sólo un marido, sino un mundo en el que vivir. Ariel elige a los humanos, Belle se queda con la gente sensible que vive en el castillo y deja a los patanes...

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