Mi vida sin mí

Isabel Coixet, 2003.
Reparto: Sarah Polley (Ann), Amanda Plummer (Laurie), Scott Speedman (Don), Leonor Watling (Vecina), Deborah Harry (Madre), Mark Ruffalo (Lee), Sonja Bennett (Sarah), Alfred Molina (Padre), Jessica Amlee (Penny), Kenya Jo Kennedy (Patsy), María de Medeiros, Deanne Henry.
* * *
Las cosas que merecen la pena

Isabel Coixet ha rodado una película para invitarnos a reflexionar sobre qué cosas son importantes en la vida y qué cosas no. Su punto de partida es fácil y no lo ha usado para arrancarnos ninguna lágrima fácil. La protagonista tiene un cáncer avanzado y en dos meses se dispone a hacer que su vida merezca la pena. ¿Es eso posible?

La triste impresión que yo tengo, después de ver la película es que no; da igual que vivas veinte años más o que sólo vivas cuarenta días. Pero la película juega limpio intentando desbrozar de un mundo superficial aquellas cosas que son realmente importantes.

Los escaparates, la moda, los anuncios que nos bombardean, observa la protagonista, no son más que las mentiras con las que pretendemos engañarnos sobre el sinsentido de la vida.

Cuando Ann recibe la noticia de que va a morir elabora una lista de todo lo que quiere hacer en ese corto espacio de tiempo que va a ser su existencia. El resto de la cinta va a desarrollar ese guión sin grandes sorpresas, y quizá eso sea lo sorprendente. Ann quiere cambiarse el pelo, dejar en cintas de cassette grabados mensajes para sus dos hijas hasta que cumplan los dieciocho años, tener una aventura con otro hombre que no sea su marido, ver a su padre, decirle a sus hijas que las quiere todos los días que le quedan de vida, buscar una pareja para su marido cuando ella no esté.

La mayor heroicidad de esta heroína con mayúsculas es que no va contando su problema en busca de consuelo. Ella y nosotros sabemos que es efímera, los demás personajes no lo saben. Ellos viven días cotidianos, su hija mayor pica a la pequeña, su compañera del trabajo de limpieza se obsesiona por la dieta, y su madre se queja de todo el mundo como una cascarrabias. Todos desperdician sus vidas porque todos creen que van a vivir eternamente, pero Ann y el espectador les miramos desde la barrera, porque pronto estos personajes van a ser algo lejano.

Ann dedica dos meses a dejar una huella en sus seres queridos. Sus cintas de cassette, sus arreglos para buscar una novia a su marido, la huella que ella deja en un tercero. Todos esos detalles son conmovedores porque podemos ver a la protagonista repetida en infinitos recuerdos de aquellos que ahora la ven viva. El relato está saturado de ese sentimiento de las comedias de Capra en las que un hombre hacía estremecerse a otros miles con sus palabras (Juan Nadie, Caballero sin espada, Vive como quieras, Que bello es vivir), y con su padecimiento.

¿Vale la pena vivir en el recuerdo? ¿Grabar recuerdos para los demás? Coixet escapa de la superficialidad. Pero ese camino tampoco resuelve la existencia.
Mateo Sancho Cardiel | La butaca. (8/10)
Como desvela el título, “Mi vida sin mí” refleja el diseño que Ann trata de hacer de la vida de su fa-milia cuando ella muera. Sin compartir el diagnós-tico con nadie, tratará de confeccionar sus últi-mos meses como una oportunidad para recuperar el tiempo perdido, una carrera contrarreloj para disfrutar de la cosecha sembrada durante el breve periodo de veintitrés años de vida que arranca con un decálogo de propuestas que, en su ternura, en la cápsula de sentimiento que encierra en cada línea, marca el embriagador aroma de la película.

Diego Vázquez | La butaca. (7/10)
El tema de la muerte anunciada (y más cuando se guarda para uno mismo y no se comparte) no es para nada sencillo y tan fácil es caer en el tre-mendismo y la hipérbole como quedarse dema-siado fuera y en la superficie. Esta cinta está más cerca de este último extremo, y de hecho se de-ja caer en más ocasiones de las deseadas en el mal de “cada cosa en su sitio”, un error que le hace mucho daño. Es bien conocida la acusada tendencia de su directora a los manieris-mos visuales, al esteticismo más innecesario y a ese look a anuncio publicita-rio, a tener todo limpio y reluciente (incluidos los propios personajes, de una sola pieza), que le contamina desde su profesión habitual en el mundo de la publicidad (desgraciadamente famosos son sus cursis anuncios de compre-sas), empañando en demasiados momentos las imágenes del film y algunos de sus diálogos (a veces de una poesía facilona muy molesta), lo que lo des-virtúa y le resta fuerza al hacer obvios y clichés sus secretos, impidiendo que éste llegue a la pura emoción que roza con los dedos.

Metrópoli | Alberto Bermejo. (3/5)
casi nadie le parece natural morirse, pero mucho menos a quien apenas sobrepasa los 20 años, como la protagonista de esta bella película titulada elocuentemente Mi vida sin mí, en alusión a un esfuerzo estratégico e imaginativo por dejar organizado el entorno afectivo y familiar para cuando llegue ese momento terrible e inminente de la desaparición. La nueva película de Isabel Coixet gira en torno a la decisión verdaderamente heroica de una joven trabajadora de la limpieza, madre prematura de dos niñas, de guardarse para sí la noticia de que padece una enfermedad terminal y establecer una especie de decálogo para aprovechar lo mejor posible ese corto espacio de tiempo. «Cosas que hacer antes de morir», como se dice a sí mismo el personaje, para provocar el menor dolor posible entre sus seres queridos, pero también para darse alguna que otra satisfacción personal, poner en práctica alguna de esas ensoñaciones que habitualmente se posponen indefinidamente por simple sentido de la responsabilidad. La piel del personaje la pone la deslumbrante actriz Sarah Polley, que acapara la atención de la cámara y comparte generosamente la pantalla con un reparto de lujo en el que brilla con luz propia la española Leonor Watling, en un papel pequeño pero magnífico en el que deja constancia de su talento y de su indistinta credibilidad en inglés o en castellano. La cineasta Isabel Coixet ha vuelto a encontrar emoción e intensidad en paisajes lejanos y en una lengua ajena, rodando en Canadá y en inglés, proyectando sobre la pantalla imágenes decididamente realistas, que, vistas desde la perspectiva de lo que habitualmente es el cine español, sólo puede entenderse como parte de un sugerente ejercicio de estilización, una pirueta deslumbrante y arriesgada que desarrolla las cuitas desgarradas de esos personajes en espacios aparentemente reales, pero que forman parte en realidad de ese territorio maravillosamente abstracto que es el cine. Mi vida sin mí impresiona y emociona, pero también reconforta.
top