El jardín de la alegría

Nigel Cole, 2000
Reparto: Brenda Blethyn (Grace Trevthyn), Craigh Ferguson (Mathew Stewart, el jardinero) Martin Clunes (Dr. Martin Bamford) Tchéki Karyo (Jacques Chevalier) Jamie Foreman (China MacFarlane) Bill (Vince) Valerie Edmond (Nicky, la novia de Matthew) Tristan Sturrock (Harvey) Clive Merrison (Quentin Rhodes) Leslie Philips (Vicario Gerald Percy)
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Se atreve a ser moderna, pero no revolucionaria

A la muerte de su marido, la Sra Trevethyn descubre que este le dejó sólo deudas y que va a perder su bonita casa. Busca un plan para salir del atolladero y sólo encuentra una solución en sus conocimientos de jardinería: va a colaborar con su jardinero en cultivar marihuana.

El interés de “El jardín de la alegría” está tanto en los personajes secundarios como en la propia aventura de la protagonista convertida de ama de casa burguesa a traficante de droga blanda. Y tiene más interés por su retrato de la burguesía rural escocesa que por el planteamiento que hace del conflicto entre la legalidad y lo justo.

El secundario más rico es el jardinero vago y porrero. Él está enamorado y su relación con la simpática marinera sirve para montar de cuando en cuando algunos video clips románticos de los ochenta.

La sociedad del pequeño pueblo de Grace está compuesta por la aristocracia de todos los pueblos pequeños, el policía, el cura, el médico, dos simpáticas vendedoras. Y la película consigue sus mejores momentos cuando hace que los personajes salgan de su dura coraza y se comporten como niños. Los malentendidos con la marihuana y sus efectos provocan las mejores bromas. Como por ejemplo cuando las dos encargadas de la tienda confunden las hojas de hachis con te y montan un número detrás de la barra. Los asiduos del bar son lo más memorable, y la fiesta que montan cuando ven las luces del invernadero una de las bromas más felices.

La protagonista arruinada tiene que elegir entre dejar su casa o hacer algo que legalmente está prohibido. Todos los que la conocen en el pueblo la quiere y hacen con gusto la vista gorda ante lo que es un delito minúsculo. El público está más que comprado por esta mujer madura y simpática. Sin embargo era evidente que los creadores no se iban a atrever a mojarse a favor de una legalización que clama al cielo. Se puede decir de ellos lo mismo que de la música y de los actores: que se atreven a ser modernillos pero no revolucionarios.

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