Sin reservas



Recetas


“No reservations”
Scott Hicks, 2007
Reparto: Catherine Zeta-Jones (Kate Armstrong), Aaron Eckhart (Nick Palmer), Abigail Breslin (Zoe), Patricia Clarkson (Paula), Jenny Wade (Leah), Bob Balaban (terapeuta), Brian F. O'Byrne (Sean), Lily Rabe (Bernadette), Eric Silver (John), Arija Bareikis (Christine), John McMartin (Sr. Peterson).
Guión: Carol Fuchs; basado en el guión de la película "Deliciosa Martha" (2001) de Sandra Nettelbeck.
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La receta de Disney era que al espectador hay que hacerle reir tantas veces como se le hace llorar. Sería una receta del cincuenta por ciento, pero creo que nadie se pone de acuerdo con la proporción. Hay quién se queja de cine blando y quien se queja de tanto chascarrillo viendo la misma película. El nombre del director influye. Si es importante como Spielberg le dejamos que nos ponga como magdalenas y luego le echamos la culpa a nuestro gusto. A mí, la proporción me cuenta cosas de los autores. A los de “sin reservas” les gusta sufrir un poco.

Zeta-Jones interpreta a una cocinera de alto nivel cuyo talento culinario se contradice con un nulo interés por las relaciones humanas. Su jefa la obliga a ir a un psicoanalista, pero son dos acontecimientos dentro de su mundo cuadriculado los que la van a hacer cambiar. La muerte de su hermana la obliga a hacerse cargo de una sobrina de diez años, y en su ausencia, aparece en la cocina un chef igual de habil que ella, pero con el don de gentes que a ella le falta.

A la sobrina la interpreta la pequeña Miss Sunshine, con sus inmensos ojazos claros. No sé si hace de Celestina porque sin ella la tía no quedaría con el chico, o si es la protagonista, porque se come la pantalla.

Borges decía que una novela del futuro le servíría para saber como ha cambiado el mundo en ese tiempo. “Sin reservas” dice de nuestro siglo que a los galanes ya no les sirve de nada llevar en el bolsillo una bolsa de caramelos, y que si quieren enamorar a las protagonistas no les queda otro remedio que mostrar a las claras si son legales o si no lo son.

Yo os declaro marido y marido



Orgullo hétero


“I now pronounce you Chuck & Larry”
Dennis Dugan, 2007
Reparto: Adam Sandler (Chuck Levine), Kevin James (Larry Valentine), Jessica Biel (Alex McDonough), Ving Rhames (Fred Duncan), Steve Buscemi (Clint Fitzer), Dan Aykroyd (capitán Tucker), Gary Valentine (Karl Eisendorf), Jonathan Loughran (Nootzie), Michael Buscemi (Higgy), Nicholas Turturro (Renaldo Pinera), Nick Swardson (Kevin).
Guión: Barry Fanaro, Alexander Payne y Jim Taylor.
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No es extraño que los homosexuales celebren un día del orgullo gay en vista de que los héteros celebramos los otros 364. El hétero proclama su alegría de ser hétero en la mitad de los chistes que hace, y, hasta hace poco, en sus instituciones. La idea de que todas las parejas posibles tienen derecho a unirse en santo matrimonio es una conquista en España, Canadá, Bélgica, Sudáfrica o Países Bajos. Defenderla forma parte, según algunos, de la modernidad. Por eso ruedan películas para parecer modernos. Pero como no lo son, las motas de caspa caen por todas partes.

John Ford me parece un caso insólito. Ethan Edwards no es un ciudadano indignado contra el racismo de su país, es el propio Ford intentando lavarse sus trapos sucios en público. Por eso nos resulta más auténtico cuando dispara a los ojos de un indio muerto y le niega la entrada en el cielo que cuando acaba aceptando a su sobrina. La crítica del racismo nos resulta auténtica porque viene de un racista.

Un lío parecido, pero a nivel chavacano, es el que se hicieron los creadores de “Yo os declaro marido y marido” con el mundo de la homofobia. Adam Sandler es un bombero tan amigo de su amigo que está dispuesto a casarse con él para asegurar la pensión de sus hijos. El problema de Sandler es que no es gay, sino el hombre más salido del mundo. Algo parecido a un Andrés Pajares en Hollywood. En vez de mostrar su desmadre de testosterona con Adriana Vega, Nadiuska o Susana Estrada, Sandler tiene a Jessica Biel. La escena interminable en la que Jessica Biel le deja tocarle las tetas pensando que él es gay y él se regodea delante del público que sabe que no es gay es sin duda una de las condiciones que puso Adam Sandler en el contrato para producir la película. A falta de inspiración, fusilaron la idea de Alonso Millán en “No desearás al vecino del quinto”.

No se trata sólo de que la película no tenga gracia, que tiene poca; el problema es que tampoco tiene claro a quien va dirigida. No se puede sacar la bandera gay y cuatro eslóganes de moda sobre la libertad sexual en medio de un producto cuyo humor consiste en halagar los instintos machistas del público menos exigente.

El gato de Holly Golightly

Un homosexual perdido en la gran ciudad hace migas con una chica ignorante de pueblo que quiere parecer extravagante. Lo último que un lector algo atento podría esperar de una narración como “Desayuno en Tiffany’s” de Truman Capote es la versión rabiosamente kitsch que rodó Blake Edwards. No lo anoto como un baldón, las dos obras son seductoras. El gato no es tan importante en el cuento de Capote; en la película es central. Edwards se dio cuenta del poder que tenía.

—Pobre desgraciado —dijo, haciéndole cosquillas [al gato] en la cabeza—, pobre desgraciado que ni siquiera tiene nombre. Es un poco fastidioso eso de que no tenga nombre. Pero no tengo ningún derecho a ponérselo: tendrá que esperar a ser el gato de alguien. Nos encontramos un día junto al río, pero ninguno de los dos le pertenece al otro. El es independiente, y yo también. No quiero poseer nada hasta que encuentre un lugar en donde yo esté en mi lugar y las cosas estén en el suyo. Todavía no estoy segura de dónde está ese lugar. Pero sé qué aspecto tiene. —Sonrió, y dejó caer el gato al suelo—. Es como Tiffány’s —dijo—.
Truman Capote, Desayuno en Tiffany's.
El gato de Holly me hace pensar en todas las cosas que dejamos a medias porque, si las acabaramos, si las hiciéramos bien, entonces parecería que todo está en su lugar. Y no es así.
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