My fair lady

George Cukor, 1964
Reparto: Audrey Hepburn (Eliza Doolitle) Rex Harrison (Henry Higgins) Stanley Holloway (Alfred P. Doolittle) Wilfrid Hyd-White (Colonel Hugh Pickering) Gladys Cooper (Mrs Higgins) Jeremy Brett (Freddy Eynsford-Hill) Theodore Bikel (Zoltan Karpathy) Mona Washbourne (Mrs. Pearce)
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Ranas y Princesas

El tema de la transformación es una tradición del cuento de hadas, con ranas que se hacen príncipes, o viceversa, como en Shrek. La rana y el príncipe son los términos opuestos. Pero, ¿qué más puede transformarse? “En la bella y la Bestia” la transformación es física. Mi obra favorita de transformaciones es “El perfume” de Süskind; aquí es el olor el que marca la diferencia, cuando Jean Baptiste copia el perfume de las adorables adolescentes se convierte en el ser más deseado del mundo. En “El príncipe y el mendigo” cambia el rango social. El cuento de hadas se puede volver realista si la transformación es económica; el protagonista gana la lotería, o una herencia. En “Cumbres Borrascosas” vuelve de América con dinero. En la literatura española del siglo pasado es el indiano.

He leido suficientes veces Pygmalion para opinar que Bernard Shaw no tenía el mito de la rana en su cabeza cuando escribió la obra. Sin embargo sus lectores sí, y creo que ese es el secreto de su éxito. La tranformación es realmente peculiar, casi tanto como la que inventó Patrick Süskind. Una vulgar vendedora callejera es confundida con una princesa gracias a las clases de dicción de un famoso fonetista. La moraleja, para Shaw, es cuanto puede hacer la lengua, cuanto importa la educación. La versión musical “My Fair lady” es un ejemplo de obra de ascenso social, porque se fija en la heroína y no en el profesor.

A Shaw le gustaba hacer crítica social con personajes como el padre de Eliza que parece un crítico de la moralidad de la clase media, pero en realidad no es otra cosa que un coleccionista de paradojas. Mucho más brillante es el retrado de la clase alta que hace con la familia Eynsford-Hill. La madre y los dos hijos se quedan pasmados cuando escuchan a la florista con una dicción perfecta diciendo barbaridades barriobajeras y no saben que hacer para ponerse al día con las nuevas modas de la aristocracia. La broma es espléndida. Los inocentes Eynsford-Hill aceptan las barbaridades como una moda y por tanto creen que tienen que seguirla. ¿Cuántas modas no han surgido de malentendidos como este de los Quiero-y-no-puedo?

Bernard-Shaw deja su obra de teatro sin final. No sabemos con quien se va a ir Eliza; y Bernard-Shaw escribe un epílogo larguísimo para discutir las posibilidades. El final de Cukor es meridiano, y pienso que soberbio. Sólo recuerdo uno parecido en "Beauty and the Beast", en el sentido de que uno envidia sanamente la vida que espera a la protagonista rodeada de gente tan simpática. El huraño Mr Higgins ha dejado claro que no es un hombre amable ni con ella ni con nadie, pero le ofrece una camaradería que nunca cansará a un espíritu inquieto. No sabemos si discutirán pero sabemos que ninguno va a aburrirse jamás.

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