Sin perdón

“Unforgiven”
Clint Eastwood, 1992
Clint Eastwood (Bill Munny); Gene Hackman (Little Bill); Morgan Freeman (Ned Logan); Richar Harris (English Bob); Jaimz Woolvett (Schofield Kid); Saul Rubinek (W.W. Beauchamp); Frances Fisher (Strawberry Alice); Anna Levine (Delilah Fitzgerald)
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Lo viejo y lo nuevo

Una prostituta es desfigurada por un vaquero y todas sus compañeras del burdel reunen mil dólares para pagar al pistolero que sea capaz de vengarla. El eco de la recompensa llega a Bill Munny, un antiguo pistolero que ahora, redimido, cuida cerdos y a sus dos hijos huérfanos. Munny decide volver a su pasado y viajar a Big Whisky por la recompensa. Se une a un viejo amigo y a un joven pistolero ciego e imberbe que presume de haber matado a cinco hombres. Los tres tienen que enfrentarse al cheriff de Big Whisky, Little Bill, que apalea sin piedad al primer pistolero que llega para cobrar la recompensa, English Bob (Richard Harris).

Sin Perdón es, intencionadamente, un western crepuscular. Los tres pistoleros que se enfrentan son ya viejos; hace tiempo que dejaron las armas. Little Bill, el cherif de Big Whisky, se está construyendo una casa con sus pobres conocimientos de carpintería; Ned vive con su familia y el protagonista, Muny, dejó las armas por la influencia de una mujer. Los tres tienen historias que contar, pero sobre un antiguo Oeste que ya pasó. W.W. Beauchamp es un cronista que sigue a uno y a otro intentando reconstruir como fueron los verdaderos duelos de pistola.

Hay algo de Hamlet en cada uno de estos tres asesinos a sueldo, porque los tres tienen que cumplir un destino en el que no creen. El más joven no puede con su conciencia, y los mayores se han convertido, con la edad, en hombres responsables. Cuando Schofield Kid le pregunta a Eastwood que sentía cuando mataba, éste le contesta que nunca estuvo sobrio. La matanza es una orgía en la que hay que entrar con los ojos cerrados, y los tres protagonistas son demasiado conscientes de lo que están haciendo.

Y es en ese punto donde Easwood da uno de sus giros en los que ha llegado a la maestría y nos cuenta otra historia. Después de hacer vacilar durante casi toda la película a sus personajes, el director ha tenido tiempo de presentarlos y en el final vuelve a un western tradicional, nos emborracha con el tema clásico de la venganza, y lo sirve frío, pero nos ha metido tan dentro que volvemos a vivir la misma vieja justicia del western de siempre.

Roger Ebert: There is one exchange in the movie that has long stayed with me. After he is fatally wounded, Little Bill says, "I don't deserve this. To die like this. I was building a house." And Munny says, "Deserve's got nothin' to do with it." Actually, deserve has everything to do with it, and although Ned Logan and Delilah do not get what they deserve, William Munny sees that the others do. That implacable moral balance, in which good eventually silences evil, is at the heart of the Western, and Eastwood is not shy about saying so.
Rotten Tomatoes 97%

My fair lady

George Cukor, 1964
Reparto: Audrey Hepburn (Eliza Doolitle) Rex Harrison (Henry Higgins) Stanley Holloway (Alfred P. Doolittle) Wilfrid Hyd-White (Colonel Hugh Pickering) Gladys Cooper (Mrs Higgins) Jeremy Brett (Freddy Eynsford-Hill) Theodore Bikel (Zoltan Karpathy) Mona Washbourne (Mrs. Pearce)
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Ranas y Princesas

El tema de la transformación es una tradición del cuento de hadas, con ranas que se hacen príncipes, o viceversa, como en Shrek. La rana y el príncipe son los términos opuestos. Pero, ¿qué más puede transformarse? “En la bella y la Bestia” la transformación es física. Mi obra favorita de transformaciones es “El perfume” de Süskind; aquí es el olor el que marca la diferencia, cuando Jean Baptiste copia el perfume de las adorables adolescentes se convierte en el ser más deseado del mundo. En “El príncipe y el mendigo” cambia el rango social. El cuento de hadas se puede volver realista si la transformación es económica; el protagonista gana la lotería, o una herencia. En “Cumbres Borrascosas” vuelve de América con dinero. En la literatura española del siglo pasado es el indiano.

He leido suficientes veces Pygmalion para opinar que Bernard Shaw no tenía el mito de la rana en su cabeza cuando escribió la obra. Sin embargo sus lectores sí, y creo que ese es el secreto de su éxito. La tranformación es realmente peculiar, casi tanto como la que inventó Patrick Süskind. Una vulgar vendedora callejera es confundida con una princesa gracias a las clases de dicción de un famoso fonetista. La moraleja, para Shaw, es cuanto puede hacer la lengua, cuanto importa la educación. La versión musical “My Fair lady” es un ejemplo de obra de ascenso social, porque se fija en la heroína y no en el profesor.

A Shaw le gustaba hacer crítica social con personajes como el padre de Eliza que parece un crítico de la moralidad de la clase media, pero en realidad no es otra cosa que un coleccionista de paradojas. Mucho más brillante es el retrado de la clase alta que hace con la familia Eynsford-Hill. La madre y los dos hijos se quedan pasmados cuando escuchan a la florista con una dicción perfecta diciendo barbaridades barriobajeras y no saben que hacer para ponerse al día con las nuevas modas de la aristocracia. La broma es espléndida. Los inocentes Eynsford-Hill aceptan las barbaridades como una moda y por tanto creen que tienen que seguirla. ¿Cuántas modas no han surgido de malentendidos como este de los Quiero-y-no-puedo?

Bernard-Shaw deja su obra de teatro sin final. No sabemos con quien se va a ir Eliza; y Bernard-Shaw escribe un epílogo larguísimo para discutir las posibilidades. El final de Cukor es meridiano, y pienso que soberbio. Sólo recuerdo uno parecido en "Beauty and the Beast", en el sentido de que uno envidia sanamente la vida que espera a la protagonista rodeada de gente tan simpática. El huraño Mr Higgins ha dejado claro que no es un hombre amable ni con ella ni con nadie, pero le ofrece una camaradería que nunca cansará a un espíritu inquieto. No sabemos si discutirán pero sabemos que ninguno va a aburrirse jamás.

La guerra de los mundos

Steven Spielberg, 2005
Reparto: Tom Cruise (Ray Ferrier), Dakota Fanning (Rachel), Miranda Otto (Mary Ann), Justin Chatwin (Robbie), Tim Robbins (Ogilvy).
Guión: Josh Friedman y David Koepp; basado en la novela de H.G. Wells.
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La guerra sin elipsis

La versión fiel de la obra de Wells no es esta de Spielberg, sino la de Shyamalan que se titulaba “Signs”. Pero es una suerte que Spielberg se aparte del original porque, al menos a mí, me pareció una novela muy floja. Wells se despachó toda la guerra contra los marcianos con la elipsis más descarada de la literatura. Encerró al narrador en su sótano y le hizo salir cuando todo había acabado de manera que se ahorró la lata de describir las armas, las escafandras y las batallas.

Las cosas no han cambiado tanto. Cuando una película de hoy quiere ahorrarse unos cuantos millones de dólares en cgi o en decorados sacan un monitor de televisión y un reportero contándonos lo que ha ocurrido. Un aparato de televisión contando cosas es igual que un narrador hablando en tercera persona en una novela, o sea, es como una voz que encarna la verdad absoluta y que nadie pone en duda. Lo que más me gusta de “La Guerra de los Mundos” de Spielberg es que no hay ni un solo aparato de radio ni de televisión. Todos están estropeados. Spielberg se puso a sí mismo la tarea de contar sólo aquello que pudieran ver nuestros ojos, los de los espectadores y los de los personajes.

Parte del sello Spielberg está en su manera de relacionar dos esferas en sus películas: la esfera personal de la vida de sus protagonistas con la dimensión mundial de un fenómeno. En ese sentido creo que nunca superó lo que consiguió en ET. De esta película se ha traido a la niña, Dakota Fanning recuerda a Drew Barrimore no porque no entienda la realidad, sino porque su padre no quiere que le afecte (De Jurassic Park se ha traido a los dinosaurios buscando por la cocina a los niños). A Spielberg le encanta juntar temas familiares, conflictos generacionales, roles de autoridad y líos de paternidad no asumida con naves espaciales y peligros que amenazan destruir la especie humana. Juntando lo individual y lo colectivo este director hace encaje de bolillos. Ray Ferrier (Cruise) no encaja bien en su papel de padre divorciado, pero una situación extrema hace que salga de él todo lo que lleva dentro y lo arriesgue todo por su hija.
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