Reparto: Clive Owen (Arturo), Keira Knightley (Ginebra), Stellan Skarsgård (Cedric), Stephen Dillane (Merlín), Ray Winstone (Bors), Hugh Dancy (Galahad), Til Schweiger (Cynric), Ioan Gruffudd (Lancelot), Mads Mikkelsen (Tristán), Joel Edgerton (Gawain), Ray Stevenson (Dagonet), Sean Gilder (Jols).
Guión: David Franzoni.
Producción: Jerry Bruckheimer.
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En “Pierre Menard, autor del Quijote”, Borges inventa un Quijote que es el mismo Quijote de siempre, pero escrito por un autor actual, lo cual es otra manera de entretenerse leyendo el Quijote. Twain buscó la sorpresa en las aventuras del Rey Arturo plantando a un yankee de Connecticut en su corte; creadores, guionistas, novelistas y espectadores nos cansamos de leer la misma historia y nos alegramos de esas travesuras como la de Twain o Borges que no cambian la aventura, pero cambian la mirada con que se vuelve a ella. El anacronismo es un modo de barajar que a veces consigue vencer el tedio. Y el tandem Brukheimer (Piratas del Caribe) Fuqua (Día de entrenamiento) debió ver un filón en unos descubrimientos arqueológicos que demuestran que la leyenda de Arturo es coetánea de la caída del Imperio Romano. Los propios historiadores les servían en bandeja una nueva historia con viejos mimbres. Un Arturo romano.
El primero en atacar Bretaña fue Julio Cesar, pero la conquista corrió a cargo de Claudio hacia el año 43 D.C. En el 123, Adriano se cansó de pelear con los pictos y construyó un muro en la zona más estrecha de la isla que separaba Inglaterra del norte, es decir, un territorio parecido a la actual Escocia. (Sigo a G. M. Trevelyan por si alguien quiere profundizar). La película transcurre en ese muro que los romanos se ven obligados a abandonar en el 450 debido a la llegada de las tribus del norte, los sajones. Estos venían de la zona que hoy ocupan Dinamarca y Holanda. No está muy claro como fue la invasión porque han dejado pocos documentos. Se supone que fue violenta porque arrasaron los enclaves romanos, y también debieron llegar tribus pacíficas porque se quedaron a cultivar la tierra. En la película los sajones tienen una pinta terrorífica y un ansia extraordinaria de masacrar a todo ser viviente. Pero no olvidemos que en Ivanhoe los sajones son los pacíficos campesinos y los normandos son los ricos hacendados que los explotan; ocurre como con los indios, a veces son malos y a veces son buenos.
Arturo es un oficial romano que lucha contra los bretones y pictos, o sea, contra los bárbaros y a favor de lo que él cree que es el mundo civilizado. Sin embargo Arturo va descubriendo que el mundo romano es un mundo de injusticias y desigualdades, mientras que él es un amante de la libertad y de la igualdad y por eso no le ha puesto cabecera a la mesa de los caballeros y la mandó fabricar redonda. Arturo también confía en la iglesia, y sobre todo en Pelagio, que era un precursor de Lutero y defendía la posibilidad de la salvación por uno mismo. Su segunda decepción es espiritual pues averiguará que Pelagio ha sido condenado por hereje.
Es difícil saber si un Arturo de estas características tenía que triunfar con sus ideales en el siglo V, pero está claro que su protestantismo en ciernes y sus valores democráticos lo hacen muy simpático para el espectador actual. Otra cosa bien distinta es que el espectador tenga ganas de pasar dos horas intentando comprender tanta tribu británica y tomando partido por un bárbaro u otro.
Otros cambios que marcan el correr de los tiempos son, por ejemplo, que Ginebra no es una damisela indefensa, sino una guerrera de armas tomar. Lancelot no es británico, sino Sármata, una tribu del Rhin que Roma perdonó a cambio de entregar a una leva de soldados que militaban la legión durante quince años de sus vidas.
Arturo es un héroe sin pueblo. El romano no le vale porque cree en la servidumbre, el cristianismo defiende la desigualdad. El patriotismo constitucional no se había inventado. Así que Arturo, concluye que el pueblo está en uno mismo.