Las novias de Drácula

Terence Fisher, 1960
Reparto: Peter Cushing (Dr Van Helsing) Martita Hunt (Baronesa Meinster) Ivonne Monlaur (Marianne Danielle) Freda Jackson (Greta, la sierva de la Baronesa) David Peel (Baron Meinster) Miles Malleson (Dr. Tobler) Henry Oscar (Director del colegio) Mona Wasbourne (Frau Helga Lang) Andree Melly (Gina, profesora estudiante) Victor Brooks (Hans) Fred Johnson (El cura, padre Stepnik) Michael Ripper (Cochero)
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La doble lectura

En 1957, la productora Hammer inició un ascenso meteórico tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos; la razón fue que consiguieron los derechos de Frankenstein que eran de la Universal. Un año más tarde, a raíz del éxito de la película, la Universal le cedió al resto de sus monstruos: Dracula, La momia, el hombre Lobo. Durante los años sesenta los éxitos de público se sucedieron a ambos lados del atlántico remake tras remake. Terence Fisher dirigió la mayoría de los títulos, y Peter Cushing y Christopher Lee fueron las estrellas. Las novias de Drácula, sin embargo, no cuenta con Lee que cede el papel del vampiro al Barón Meinster interpretado por un joven David Peel.

La protagonista de la historia es una muchacha hermosa; una institutriz francesa que viaja en su carro de caballos por mitad de Transilvania. Un esbirro del Barón la obliga a detenerse en la posada del pueblo. La Baronesa, la madre del vampiro tiene a su hijo encerrado en una mazmorra. Vive sola, apenada. La invita a su castillo y la joven acepta. Una vez dentro el vampiro consigue convencerla para que lo libere de los grilletes de su madre y desde ese momento vuelve el terror a la región.

Uno puede escuchar el cuento de Caperucita como una historia simple, o bien entrar en el doble sentido, pero cuando uno ve una historia como esta no tiene esa opción. En “Las novias de Drácula” todo es tan incongruente que el espectador no puede dejar de darse cuenta de que lo que nos quieren contar es algo distinto de lo que vemos. La doble lectura no es una posiblidad, es una obligación.

La muchacha, con su transgresión, ha desatado la desgracia, pero nadie le pedirá cuentas por ello. Van Helsing aparece tarde, cuando ya conocemos a los vampiros, a la protagonista y a las víctimas. Es un doctor en muchas cosas, un hombre instruido y sabio que explica a todos los personajes las reglas del vampirismo. Si bien Fisher no las tiene en cuenta, dada la prisa con que tenía que acabar la filmación que no le daba tiempo para la congruencia. Van Helsing, como sabio, deja anonadados a los campesinos incultos. Lleva a la muchacha al colegio donde dará clases de frances y se presenta ante el director. Este le desprecia hasta que ve su tarjeta, sus títulos excelsos que lo dejan boquiabierto y sin palabras.

El Helsing de Fisher es imponente porque sabe. Es un Helsing sabidillo, un Helsing salido de una gran universidad, cosa que en Inglaterra impone mucho respeto. Nada que ver con el Helsing de Sommers cuyas virtudes son todas acrobáticas. El de Fisher lucha sólo con conjuros y tarjetas de visita.

El Drácula (llamaré así al Barón Meinster) escapado convierte en siervas a dos mujeres hermosas. Visita el colegio y promete casarse con la joven institutriz, pero intenta propasarse con la muchacha, morderle el cuello, pero en ese momento aparece el director, que detiene sus perversos avances. Las metáforas, en algunas secuencias no pueden estar menos disimuladas.

La partida entre el mal, representado por un Drácula imparable y seductor que van rindiendo a las mujeres hermosas a su ejército, y el sabio Van Helsing, que ofrece el camino recto, va decantándose a favor del mal; hasta que llegamos a un final restaurador. Fisher elige un molino donde los vampiros esconden sus ataudes. Un molino muy parecido al de Frankenstein.

En el molino hay una lucha ridícula que nada tiene que ver con las modernas coreografías imposibles. Las ayudantes del vampiro observan la escena pero no mueven un dedo. La heroína yace inconsciente. El duelo no lo decide la fuerza, sino la maña.

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