El sitio de Troya III. Aquiles

Formaba parte del ejército griego un príncipe llamado Aquiles, hijo de Peleo, rey de Tesalia, que había sido uno de los compañeros de Jasón. Su madre, que le amaba con delirio, al ver a todos los reyes preparar sus ejércitos para la guerra de Troya, le había disfrazado de mujer, enviándole así a la isla de Esquiro. Nadie hubiese dicho que aquel modesto vestido ocultaba a un guerrero. Aquella cariñosa madre esperaba evitar así el cumplimiento de un oráculo que había predicho, al nacimiento del muchacho, que hallaría muerte ante las murallas de Troya. Aquiles Se había prestado a aquella comedia para no afligir a su madre. Pero cuando un mercader extranjero: expuso ante sus compañeras joyas femeninas, invitándolas a escoger, el príncipe, cogiendo una pequeña espada, para él preferible a todo lo demás, descubrió así su secreto. La reina no pudo entonces, a pesar de su dolor, evitar que el imprudente fuera a reunirse ante Troya con los reyes griegos que le aguardaban con impaciencia. Se dice que estaba escrito que jamás sería tomada aquella ciudad sin la ayuda de Aquiles.

Un día los soldados llevaron a Aquiles una joven troyana llamada Briseida, que el hijo de Peleo pidió como esclava. La costumbre permitía entonces reducir a la esclavitud a los prisioneros de guerra. Agamenón en su calidad de jefe de todos los reyes, dijo que la cautiva le pertenecía a él, y, pese a las reclamaciones del enfurecido joven, la hizo conducir al campamento de los argivos. Aquiles no pudo soportar que se le tratase con tanta altivez y, retirándose a su tienda, arrojó su espada, que le parecía ahora inútil, puesto que podía vengarle del insulto recibido, jurando no volví a combatir por la causa de Menelao.

Héctor no tardó mucho en enterarse de la querella que dividía a los jefes enemigos, y resolvió aprovecharse de circunstancia tan favorable para sorprender al ejército griego, A la noche siguiente, amparado por la obscuridad, Héctor penetró en su campamento, prendió fuego por varios lados y degolló a gran numero de soldados antes de que pudiesen coger sus armas y mató con su propia mano al desgraciado Patroclo el amigo de Aquiles.

Ni los desastres de los griegos, ni los ruegos de reyes aliados habían podido decidir al hijo de Peleo a que saliera de su tienda para socorrerles. La muerte de Patroclo, su amigo y compañero de infancia causó un dolor tan vivo, que cambio inmediatamente de resolución. Volviendo a empuñar su espada, salió en persecución de Héctor, que se retiraba fatigado de la carnicería y, precipitándose sobre él, le mató.

No bastando la muerte del enemigo para calmar su furor, le ató por los pies a su carroza y le arrastró, sangrante y mutilado, en torno a las murallas de Troya. El anciano Príamo, desde lo alto de una torre de fe, la ciudad, había sido testigo del combate de los dos guerreros y de la muerte funesta de su bien amado hijo. Cualquiera se hubiera conmovido al ver al pobre anciano tender sus brazos hacia aquel que ya no le podía ver ni oír. El desdichado padre, en su dolor, se hubiera tirado de la torre si la reina Hécuba y sus otros hijos no hubiesen llegado a sujetarle. Aquiles recobró su carácter generoso en copas griegas para beber cuanto se disipó su cólera, entregando el cadáver de Héctor a su afligida familia.

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