El sitio de Troya I. La infancia de paris

HABÍA en Asia una ciudad llamada Troya, cuya fundación se atribuía a Tros, hijo de Erictonio, uno de los reyes de Atenas que habían sucedido a Cécrope.

Los reyes de Troya se llamaban entonces Príamo y Hécuba. Tenían varios hijos, entre ellos Héctor y París.

Una noche en que la reina dormía profundamente, soñó que, en vez de un niño en una cuna, veía un tizón ardiendo que consumía todo lo que le rodeaba. Al despertar, Hécuba refirió su sueño a Príamo. Ambos se, preocuparon mucho por la interpretación que pudiera darse a aquel sueño, porque, en aquella época, se daba una importancia misteriosa a todo lo que no se comprendía. El rey, después de consultar el oráculo más famoso del país, supo que la reina daría en breve a luz a un muchacho que causaría la ruina del país.

Al conocer esta respuesta del oráculo, Príamo ordenó que, cuando el niño naciera, se le abandonara en un bosque. En él había de morir o, por lo menos, ignorar toda su vida quiénes eran sus padres. Hécuba, desesperada al tener que perder aquella criatura a la que amaba ya como ama una buena madre a sus hijos, deslizó algunas alhajas entre sus pañales. Aquellos objetos habían de servir para poderle reconocer algún día si por fortuna no moría de hambre en aquel bosque o era devorado por las fieras.

Unos cazadores hallaron al pobre niño abandonado se lo llevaron a su cabaña y le dieron el nombre de París. Aquel muchacho, al crecer, se hizo cazador como los que le habían criado, y pronto fue célebre entre sus compañeros por su destreza y su hermosura.

Un día fue reconocido, se ignora por qué circunstancias, como hijo de Príamo. Como llamaba la atención por sus hermosas cualidades, los reyes creyeron volverse locos de alegría al volver a encontrar a un hijo del que se batían separado con dolor y olvidaron las tristes predicciones de que su hijo había sido objeto. El joven Héctor, por su parte, quedó encantado de tener un hermano con quien compartir sus juegos, y sus penalidades.

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