Juan José Campanella, 2001.
Interpretación: Ricardo Darín (Rafael Balverde), Héctor Alterio (Nino Balverde), Norma Aleandro (Norma Balverde), Eduardo Blanco (Juan Carlos), Natalia Verbeke (Naty), Gimena Nóbile (Vicky), David Masajnik (Nacho), Claudia Fontán (Sandra), Atilio Pozzobón (Francesco), Salo Pasik (Daniel), Humberto Serrano (Padre Mario), Fabián Arenillas (Sciacalli).
* * *
Con demasiada prisa se ha querido comparar esta película con un clásico de la gran época de la comedia americana. Yo he llegado a leer que se parece a Hawks. Pero las grandes virtudes que harán de Hawks, capra o Lubistch clásicos durante muchas más generaciones no se encuentran aquí. Las grandes comedias funcionan por si solas, se ríen de los mismos planteamientos que ellas formulan, de sus personajes, de su propio mundo, eso las hace fenómenos autónomos, que se entienden sin necesidad de conocer ningun otro hecho histórico, eso las hace inmortales. La grandes comedias retratan una peripecia redonda que involucra a todos los personajes, o a las caricaturas de los personajes. Este es ¿quien lo niega? un melodrama con hallazgos pero descuida los dos puntos de los que hablaba. Muchos de los chistes son coyunturales, las claves las conoce sólo el lector de periódicos, dentro de una década sólo interesarán al estudioso del pasado.
La anécdota es demasiado débil. Un hilo narrativo enfrenta al padre del protagonista con su hijo y luego con la iglesia porque quiere una boda religiosa con su mujer con la que tiene una unión civil. Los obstáculos que encuentra son tan artificiales que no involucrará en su empeño a más espectadores que aquellos conquistados por la simpatía del reparto de lujo. El protagonista regenta un restaurante que pasa por todas las dificultades que uno puede imaginar con proveedores y empleados. Rafael evoluciona tras un infarto para darse cuenta de que hay muchas cosas a su alrededor que no aprecia porque el estrés de su vida laboral no le deja vivir. Esta segunda subtrama nos la explica algún diálogo elocuente, pero no la acción que no deja apenas ver una diferencia entre el primer Rafael y el segundo.
Carlos Ferrera [DESCONECTA] Deudor de la filmografía de Frank Capra y Howard Hawks, el joven director afiló el lápiz junto a su colaborador habitual Fernando Castets.
Todo es verdadero en la película de Campanella, y no terminaremos llorando a moco tendido porque ahí está otra vez su ojo clínico para equilibrar cada minuto del metraje, retocando el filme escena por escena con ráfagas de humor inteligente.
Guillermo Ravaschino [PRIMER PLANO] El guión, coescrito por Campanella y Fernando Castets, es el fruto de un trabajo minucioso, encarado muy a la estadounidense: cada línea de diálogo, por pequeña que fuere, está puesta al servicio de la estructura general del relato. Pero insisto: el gran salvavidas es el humor. Y el humor, se sabe, lo relativiza todo. Esto es clave porque un argumento como el que nos ocupa no hubiera podido sostenerse si el film se tomaba a sí mismo demasiado en serio.
Pablo Silva [FOTOGRAMA] Su vida y la de sus progenitores se verá entremezclada en un reconocimiento donde cada uno crecerá delante de nuestros ojos.
Quintín [EL AMANTE] Para los defensores del cine industrial en la Argentina, El hijo de la novia es una plegaria atendida.
Se trata de una argentinidad más esencial, por así decirlo. El hijo de la novia sería un fiel espejo del alma nacional, un retrato viviente de compatriotas que nos representan mejor que los políticos o los críticos de cine, para nombrar dos especies que no miden alto en las encuestas.
La Argentina de El hijo de la novia es un país deseado. No porque sus protagonistas estén a salvo de problemas, sino porque estos tienen remedio si el corazón está bien puesto y siempre lo está. Pero también es un país deseado porque los personajes están a salvo de sí mismos. Tienen una reserva de energía inagotable y una falta de reflexión que los preserva de todo, especialmente de su propia banalidad.
Campanella aporta además un manejo del ritmo que revela una atenta visión de la comedia americana clásica, con sus escenas que no tienen prólogo ni epílogo sino puro centro, con su preparación de clímax y anticlímax, con una velocidad en los diálogos marcada por la superposición de las voces.
Cines argentinos No es el típico drama argentino, no revuelve sobre los mismos temas de siempre. Es simplemente una buena historia.
Todo es verdadero en la película de Campanella, y no terminaremos llorando a moco tendido porque ahí está otra vez su ojo clínico para equilibrar cada minuto del metraje, retocando el filme escena por escena con ráfagas de humor inteligente.
Guillermo Ravaschino [PRIMER PLANO] El guión, coescrito por Campanella y Fernando Castets, es el fruto de un trabajo minucioso, encarado muy a la estadounidense: cada línea de diálogo, por pequeña que fuere, está puesta al servicio de la estructura general del relato. Pero insisto: el gran salvavidas es el humor. Y el humor, se sabe, lo relativiza todo. Esto es clave porque un argumento como el que nos ocupa no hubiera podido sostenerse si el film se tomaba a sí mismo demasiado en serio.
Pablo Silva [FOTOGRAMA] Su vida y la de sus progenitores se verá entremezclada en un reconocimiento donde cada uno crecerá delante de nuestros ojos.
Quintín [EL AMANTE] Para los defensores del cine industrial en la Argentina, El hijo de la novia es una plegaria atendida.
Se trata de una argentinidad más esencial, por así decirlo. El hijo de la novia sería un fiel espejo del alma nacional, un retrato viviente de compatriotas que nos representan mejor que los políticos o los críticos de cine, para nombrar dos especies que no miden alto en las encuestas.
La Argentina de El hijo de la novia es un país deseado. No porque sus protagonistas estén a salvo de problemas, sino porque estos tienen remedio si el corazón está bien puesto y siempre lo está. Pero también es un país deseado porque los personajes están a salvo de sí mismos. Tienen una reserva de energía inagotable y una falta de reflexión que los preserva de todo, especialmente de su propia banalidad.
Campanella aporta además un manejo del ritmo que revela una atenta visión de la comedia americana clásica, con sus escenas que no tienen prólogo ni epílogo sino puro centro, con su preparación de clímax y anticlímax, con una velocidad en los diálogos marcada por la superposición de las voces.
Cines argentinos No es el típico drama argentino, no revuelve sobre los mismos temas de siempre. Es simplemente una buena historia.