Tramas enrevesadas
Lo peor que le puede pasar a un director de cine español es que le den un oscar. Estos premios deberían otorgarse en mi país sólo a a título póstumo.
Pedro Almodóvar, 2009
Reparto: Penélope Cruz (Lena), Lluís Homar (Mateo Blanco/Harry Caine), Blanca Portillo (Judit García), José Luis Gómez (Ernesto Martel), Rubén Ochandiano (Ray X), Tamar Novas (Diego), Ángela Molina (madre de Lena), Chus Lampreave (portera), Kiti Manver (Madame Mylene), Lola Dueñas (lectora de labios), Mariola Fuentes (Edurne), Kira Miró (modelo), Rossy de Palma (Julieta), Alejo Sauras (Álex).
* *
Un multimillonario español se obsesiona con Penélope Cruz y no soporta la idea de que ella se vaya con otro hombre. ¿Qué puede hacer para retenerla? Carmen Maura tenía el mismo problema en “Mujeres al borde de un ataque de nervios”. En aquel entonces Almodóvar se tomaba con humor el amor despechado, o quizá la diferencia estrive en que la despechada era una mujer. El millonario la tira por una escalera y luego negocia con ella. Lo cual, naturalmente, es lo que todos haríamos en su lugar.
En general, una buena película tiene personajes complicados, conflictivos. Pero no hace falta que la trama sea enrevesada. Almodóvar lo hace siempre al reves, trata de entretenernos con una trupe de seres unidimensionales a los cuales les ocurre todo lo imaginable. El millonario es tan folletinesco como el amante y el conflicto de la protagonista no existe porque debería haber hecho las maletas en el primer acto. Almodóvar es consciente de que sus historias no dan para media película y de que sus seres no tienen fuelle; por eso está aprendiendo a estirarlas con cajas chinas y subtramas, algunas de ellas divertidas. El ligue del ciego con la rubia que le ayuda a cruzar la calle, el personaje de Ángela Molina y la sanidad, la doble vida de la secretaria, el amor de culebrón del millonario, el hijo sumiso que descubre su orientación, el pinchadiscos sacado de la movida, o bien de “todo sobre mi madre”, los preparativos kitsch del rodaje, el sabotaje de la película, las confesiones intempestivas.
El protagonista es un director, o un alter-ego. Parte de la historia habla de su obsesión por hacer una gran película. El ansia de perfección dirige su vida casi tanto como el amor que siente por ella. En el caso de la actriz, llega a negociar incluso su reclusión, con tal de acabar la película. Supongo que Almodóvar quiso trasmitir algo de su obsesión por la obra acabada. Es una de las muchas emociones que se pierden en en camino, o en no sé donde.
Almodóvar ofrece, en cada una de sus películas, un catálogo de neuras y pathos bastante amplio para que el espectador pueda elegir tranquilamente cual encaja mejor con sus traumas infantiles. Lo malo es que tal variedad no ayuda excesivamente a la transferencia; más bien invita, contumazmente, a desconectar.
Carlos Marañón. Cinemanía ***: Un gazpacho cultural que podría servir tanto de Catálogo Universal de los Sentimientos, ordenado de Auster (Paul) a ZP (vía Carmen Machí o vía guiño a El País) como de elegante juego de búsqueda de referencias pictóricas (para nota ese polvo a lo Magritte), literarias y cínéfílas, y a ver quién pilla más. [...]
Otro Almodóvar es posible. Y Los abrazos rotos apunta en varías direcciones que muestran cierto agotamiento por un lado, pero dejan entrever una vía de renovación en el cineasta español más universal.
Jordi Costa. Fotogramas ****: El problema de Los abrazos rotos es que Almodóvar es ya, definitivamente, otro director que el que firmó 'Mujeres al borde de un ataque de nervios', pero, en cierto sentido, se niega a asumirlo. O, dicho de otra manera, 'Los abrazos rotos' es una película tan generosa, tan empeñada en satisfacer a todos los públicos almodovarianos –los que han decidido embarcarse en el complejo viaje que propone el último tramo de su carrera y los que siguen añorando sus viejos registros- que su dolorosa historia central acaba sometida a demasiadas fuerzas centrífugas.
Carlos Boyero. El País: Y aparece la femme fatale. Se lía con un tiburón que para no perderla pretende consumar los sueños de ella, hacerla estrella de cine con un director de primera clase. Pero llega el amor en medio del arte, y los cuernos y la atroz venganza del despechado e implacable villano. Y sigo como un témpano, no dando crédito a los forzados diálogos que escucho, sin que me salpique lo más mínimo el supuesto volcán que está acorralando a los amantes, ni las doloridas y metafísicas reflexiones sobre las heridas irreparables del creador cuando manipulan y alteran el montaje de esa obra amada en la que ha volcado su alma.
Otro Almodóvar es posible. Y Los abrazos rotos apunta en varías direcciones que muestran cierto agotamiento por un lado, pero dejan entrever una vía de renovación en el cineasta español más universal.
Jordi Costa. Fotogramas ****: El problema de Los abrazos rotos es que Almodóvar es ya, definitivamente, otro director que el que firmó 'Mujeres al borde de un ataque de nervios', pero, en cierto sentido, se niega a asumirlo. O, dicho de otra manera, 'Los abrazos rotos' es una película tan generosa, tan empeñada en satisfacer a todos los públicos almodovarianos –los que han decidido embarcarse en el complejo viaje que propone el último tramo de su carrera y los que siguen añorando sus viejos registros- que su dolorosa historia central acaba sometida a demasiadas fuerzas centrífugas.
Carlos Boyero. El País: Y aparece la femme fatale. Se lía con un tiburón que para no perderla pretende consumar los sueños de ella, hacerla estrella de cine con un director de primera clase. Pero llega el amor en medio del arte, y los cuernos y la atroz venganza del despechado e implacable villano. Y sigo como un témpano, no dando crédito a los forzados diálogos que escucho, sin que me salpique lo más mínimo el supuesto volcán que está acorralando a los amantes, ni las doloridas y metafísicas reflexiones sobre las heridas irreparables del creador cuando manipulan y alteran el montaje de esa obra amada en la que ha volcado su alma.