Penalidades
Cristian Mungiu, 2007
Reparto: Anamaria Marinca (Otilia), Laura Vasiliu (Gabita), Vlad Ivanov (Sr. Bebe), Alex Potocean (Adi), Luminita Gheorghiu (Sra. Radu), Adi Carauleanu (Sr. Radu), Madalina Ghitescu (Dora), Catalina Harabagiu (Mihaela), Sanziana Tarta (Carmen), Mihaela Alexandru (Daniela).
* * * *
Pensemos si se puede buscar un caso parecido en Europa. Ceaucescu prohibió el aborto (y los anticonceptivos) desde 1966 hasta 1989 cuando cayó derrotado. Y su país tiene una tasa de delincuencia apreciable. Si Levitt tiene razón, la curva que observaron los estadounidenses debería notarse en Rumanía a partir del 2009.
Menos teórico que Levitt, Mungiu se adentra en el caso de una joven universitaria de 22 años que necesita un aborto en los últimos años de la Rumanía comunista. La película tarda en arrancar. Mungiu quiere que sepamos cuantas penalidades suponía en su país conseguir una marca de tabaco o un habitación de hotel, antes de mostrar cuanto sacrificio suponía un aborto.
El fresco costumbrista funciona como un reloj, sumando acusaciones a la historia principal. La historia del aborto dispara al corazón del régimen, y la ambientación no deja títere con cabeza. Si quería darle el tiro de gracia, Mungiu debería haber profundizado en lo que lleva a esas dos mujeres desesperadas a ponerse en manos de un médico sin escrúpulos. Que tragedia esperaba a la embarazada si tenía un hijo en una sociedad como esa.
La amiga de la embarazada, Otilia, soporta el peso del drama durante toda la sesión. Se encarga de los detalles, da la cara, sacrifica cuanto hace falta. Uno se pregunta que la lleva a hacer algo semejante; uno incluso deconfía de tanta bondad hasta que un cumpleaños la lleva a la casa de los padres de su novio. Entonces deja entrever lo que lleva dentro. Quiere saber si alguien hará lo mismo por ella.
Los planos secuencia se han convertido en una fiesta para espectadores como yo. El último plano secuencia apabullante que vi, el de “Expiación”, muestra a un ejército de hombres que buscan, cantan y lloran en una playa francesa. Mungiu los usa, al principio, para mostrar el hormiguero de una residencia de estudiantes comunista, y al final para unirnos a los avatares de la protagonista en un acercamiento asfixiante. A cada paso que da esperamos que ocurra algo. Esos dos planos épicos, la pelea con el medico, y la cámara inmóvil en la reunión en casa de los padres son el broche estilístico para una obra incontestable. Lo cierto es que un tema tan lacerante como el de la película merecía ser tratado con un talento narrativo tan inusual como el que ha demostrado Mungiu.