4 meses, 3 semanas, 2 días



Penalidades


Cristian Mungiu, 2007
Reparto: Anamaria Marinca (Otilia), Laura Vasiliu (Gabita), Vlad Ivanov (Sr. Bebe), Alex Potocean (Adi), Luminita Gheorghiu (Sra. Radu), Adi Carauleanu (Sr. Radu), Madalina Ghitescu (Dora), Catalina Harabagiu (Mihaela), Sanziana Tarta (Carmen), Mihaela Alexandru (Daniela).
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En los años noventa el índice de delincuencia en EEUU descendió notablemente. Muchos alcaldes quisieron atribuir el éxito a sus medidas policiales. Pero un economista, David Levitt, propuso una expliacion menos jactanciosa, y más polémica. Levitt dice que la tasa de delincuencia bajó veinte años después de la despenalización del aborto. Al haber menos hijos no deseados, la sociedad tenía menos ciudadanos propensos a caer en la marginalidad, y la curva se notaban cuando estos individuos se hacían mayores. La afirmación la hace en su libro “Freakonomics” que recomiendo a todo el mundo.

Pensemos si se puede buscar un caso parecido en Europa. Ceaucescu prohibió el aborto (y los anticonceptivos) desde 1966 hasta 1989 cuando cayó derrotado. Y su país tiene una tasa de delincuencia apreciable. Si Levitt tiene razón, la curva que observaron los estadounidenses debería notarse en Rumanía a partir del 2009.

Menos teórico que Levitt, Mungiu se adentra en el caso de una joven universitaria de 22 años que necesita un aborto en los últimos años de la Rumanía comunista. La película tarda en arrancar. Mungiu quiere que sepamos cuantas penalidades suponía en su país conseguir una marca de tabaco o un habitación de hotel, antes de mostrar cuanto sacrificio suponía un aborto.

El fresco costumbrista funciona como un reloj, sumando acusaciones a la historia principal. La historia del aborto dispara al corazón del régimen, y la ambientación no deja títere con cabeza. Si quería darle el tiro de gracia, Mungiu debería haber profundizado en lo que lleva a esas dos mujeres desesperadas a ponerse en manos de un médico sin escrúpulos. Que tragedia esperaba a la embarazada si tenía un hijo en una sociedad como esa.

La amiga de la embarazada, Otilia, soporta el peso del drama durante toda la sesión. Se encarga de los detalles, da la cara, sacrifica cuanto hace falta. Uno se pregunta que la lleva a hacer algo semejante; uno incluso deconfía de tanta bondad hasta que un cumpleaños la lleva a la casa de los padres de su novio. Entonces deja entrever lo que lleva dentro. Quiere saber si alguien hará lo mismo por ella.

Los planos secuencia se han convertido en una fiesta para espectadores como yo. El último plano secuencia apabullante que vi, el de “Expiación”, muestra a un ejército de hombres que buscan, cantan y lloran en una playa francesa. Mungiu los usa, al principio, para mostrar el hormiguero de una residencia de estudiantes comunista, y al final para unirnos a los avatares de la protagonista en un acercamiento asfixiante. A cada paso que da esperamos que ocurra algo. Esos dos planos épicos, la pelea con el medico, y la cámara inmóvil en la reunión en casa de los padres son el broche estilístico para una obra incontestable. Lo cierto es que un tema tan lacerante como el de la película merecía ser tratado con un talento narrativo tan inusual como el que ha demostrado Mungiu.

En el valle de Elah



pay offs


Paul Haggis, 2007
Reparto: Tommy Lee Jones (Hank Deerfield), Charlize Theron (detective Emily Sanders), Frances Fisher (Evie), Susan Sarandon (Joan Deerfield), James Franco (sargento Dan Carnelli), Jonathan Tucker (Mike Deerfield), Jason Patric (teniente Kirklander), Josh Brolin (Buchwald), Wes Chatham (cabo Penning), Jake McLaughlin (Gordon Bonner), Mehcad Brooks (Ennis Long).
Guión: Paul Haggis; basado en un argumento de Paul Haggis y Mark Boal.
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En un buen guión, el clavo que pone el personaje en el primer acto le sirve para ahorcarse en el tercero. Los guionistas tienen un nombre para eso. El clavo, o sea, el elemento que se va a usar más tarde, se llama “planting”, y la horca, o sea, la segunda vez que se usa el elemento se llama “pay off”. En cada una de las películas de Wilder se podría hacer un listado interminable de pay offs. Wilder reutiliza casi cada frase. En su obra maestra, “El apartamento”, sobra uno. Sobra el pay off del final. “¿Que hará Mr Sheldrake?”, pregunta Baxter. “Le enviaré un pastel por Navidad”, dice la Srta Kubelik, recordando a la exnovia de Baxter que le envía a Baxter un pastel por Navidad (el planting). En esta película de Haggis también me sobra el “pay off” final porque, con toda su belleza, es demasiado artístico, demasiado bello. Creo que me estoy volviendo un espectador naturalista, cada vez quiero menos arte, y mas vida. La vida no termina con pay offs.

También me sobra el cuento de David y Goliat que da lugar al título. Se me hace demasiado inteligente. El padre del soldado muerto tiene que contar una historia al niño, y como no sabe contar historias recurre a la biblia. Pero la historia que trae por los pelos resulta que es la misma historia que, leída entre líneas, nos da las claves de su propio drama.

Donde Haggis brilla con luz propia es en el arte de contarnos historias conocidas para lanzarnos mensajes transgresores. El padre de un joven militar de la Guerra de Irak investiga la muerte de su hijo adelantándo en cada paso de la investigación a la inepta policía. El padre abnegado se involucra en las pesquisas y los pormenores como un sabueso infalible. La labor heróica, eficaz del padre, va destapando, paso a paso la vida antiheróica, turbia, del hijo.

El recurso para contar las dos historias es un móvil inservible del que un programador callejero va recuperando los archivos de media. El móvil es el mejor Haggis, el Haggis de “Crash”. El guionista que ofrece pocas facilidades y obliga al espectador a crear la historia a partir de las pruebas.

Haggis sobresale por encima del narrador medio a la hora de hilar géneros separados. El cine negro, desengañado, acusador sirve para hablar de la política de EEUU contra un país que no les ha hecho ningún daño. El cine policial de chicos buenos, de buenas intenciones que al final siempre descubren al malo por mucho que se esconda, sirve para hablar de la emoción del padre, de la vidas truncadas que están quedando en la cuneta. La película tira cargas de profundidad contra unos políticos que han abducido su país durante dos legislaturas. Los cuales, por cierto, han demostrado tan escasa valía moral e intelecual en sus decisiones que, es seguro que podrán ver de cabo a rabo la película sin sentirse remotamente ofendidos.

Soy Leyenda.



Una revisión inquietante


Francis Lawrence, 2007
Reparto: Will Smith (Robert Neville), Alice Braga (Anna), Dash Mihok (Macho Alpha), Salli Richardson (Zoë), Willow Smith, Charlie Tahan (Ethan).
Guión: Mark Protosevich y Akiva Goldsman; basado en la novela de Richard Matheson.
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La idea de Matheson cuando escribió “I’m a legend” se puede destripar porque la película de Lawrence no le es fiel. Neville, el único ser humano en un mundo de vampiros, descubre que en las leyendas que circulan por doquier, él es el monstruo. Es una cuestión aritmética, él es el único humano, y vampiros hay muchos. Él dedica sus noches a afilar estacas de madera que luego irá clavando en los cuerpos que encuentra de día. Ellos son las víctimas.

La primera versión de 1964 (The last man on Earth), con Vincent Prize hablando solo durante una hora, es la más fiel al libro y a la sorpresa final. Reemplaza la prosa infame de Matheson con la pobreza infame de las imágenes de Salkow y Ragona. A los vampiros los detienen de entrar en la casa de Neville tres tablas mal clavadas a sus ventanas. Es fácil de entender que estos seres inmóbiles inspiraran los muertos vivientes de Romero. Lo trágico en ambos es que siendo tan inútiles se salgan con la suya.

La segunda versión, con Charlton Heston (The Omega man), es fruto de una época, más que de un autor. Debe más a un alucinógeno que a una idea. Los vampiros se unen en una secta. No destruyen la casa de Neville porque sus principios les hacen abominar los inventos modernos. La muerte autocompasiva de Heston es la muerte autocompasiva de Peter Fonda en "Easy Rider". De aquella película solo alcanzaron a imitar su rasgo menos inspirado.

La versión de Lawrence es una versión de nuestros días. Ningún espectador paga una entrada si los trailers previos no le han anticipado el vértigo cinético de unos enfermos furiosos. Las sectas y los vampiros vacilantes no cotizan ya en ninguna taquilla.

El Nueva York infinitamente vacío prevalece en las tres versiones. La soledad de esas calles desiertas tienen el poder expresivo de un mundo donde solo se oye la propia voz, y la seducción de un mundo sin nadie que se adelante a nosotros en la cola del mercado. Will Smith ha conseguido, por fin, rodar una película en la que él es el hombre más guapo del mundo, y el más inteligente. El último rayo de sol marca la frontera entre el mundo de la luz y el mundo de la tienieblas y los monstruos rabiosos. Dos fuerzas atávicas explicadas con complejidades científicas. El coctel funciona, algunos rodeos se dejan perdonar. A pesar de su innata frivolidad, Lawrence ha sabido guardar respeto a un tema que merecía rebirlo.
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