M, El vampiro de Dusseldorf



La justicia de los malhechores

Unas niñas juegan en el patio cantando la canción de que viene el coco. Una madre las reprende. Así sabemos que esta ciudad alemana, Dusseldorf, vive asustada. Un criminal ha asesinado a cinco niñas. Frau Beckmann, la madre del principio prepara la comida para su hija, espera inutilmente mientras vemos a la niña desaparecer con un desconocido que le ha comprado un globo y unas golosinas. Las imágenes son demasiado estéticas para retratar la tragedia.


"M"
Fritz Lang, 1931
Peter Lorre (Hans Beckert), Ellen Widmann (Frau Beckmann), Inge Lagdgut (Elsie Beckmann), Otto Wernicke (Inspector Karl Lohmann), Theodor Loos (Inspector Groeber)
Guión: Thea von Harbou
* * *
A la noticia le suceden las pesquisas. Lang se demora en largos procedimientos policiales, a veces documentales, como una colección de artículos decomisados, a veces turbios, como una redada. La mezcla de realismo y kitsch de Lang resulta chocante. Las redes de delincuentes discuten sobre el caso de las niñas. La policía, en una reunión parecida discute qué hacer y acuerda seguir presionando a los delincuentes comunes. Lang mezcla las imágenes de las dos reuniones, la frase que empieza la mafia la acaba la policía, se trata de un prestamo de Bertold Brecht y su “Opera de los tres peniques”.

Las dos reuniones son casi igual de innecesarias para la solución. Un mendigo ciego descubre al asesino cuando le oye silbar la misma melodía de Peer Gynt de Grieg que oyó en el asesinato anterior. Los mendigos de la ciudad están organizados. Marcan al sospechoso con una M que da título a la película. La hermandad de los criminales lo cerca en una sucursal de una caja de ahorros. Las peripecias para encontrarlo dentro del edificio consumen otra inutil media hora de narración. Una carbonera, una oficina a la que entran haciendo un agujero por el techo, un conjunto interminable de cerraduras rotas son la expresión de un cine que aún no sabe distraer a sus pacientes espectadores.

La policía acude al edificio tras el aviso de un guardia de seguridad, pero llega demasiado tarde. Los delincuentes convertidos en justicieros llevan al asesino a una fábrica abandonada donde lo juzgan. Para defenderle designan a una pantomima de abogado, pero, para sorpresa de todos, y sobre todo, del espectador, el letrado acaba tomándose en serio su papel. Trata de convencerlos a ellos y a nosotros de la necesidad de evitar la venganza. Parece como si Lang hubiera empezado a rodar su escena con una intención y hubiera acabado con la opuesta.

En algún momento del rodaje debió acordarse de lo cruel que le parecía un linchamiento y da marcha atrás a la carga de odio que ha generado en el espectador. Las niñas indefensas asesinadas caen en el olvido. Muchos han querido ver un reflejo del miedo al nazismo en la relación que establece entre el mundo del crimen y la apropiacion que éste hace de las herramientas del poder. El propio Lang nunca admitió la relación; Goebels sí lo hizo y prohibió la película cuando llegó al poder en 1933. Tampoco le dejó estrenar “Los crímenes del doctor Mabuse” que Lang acababa de rodar aquel año.
El parnasillo: La otra visión es la que representa el abogado de oficio que la chusma adjudica a Beckert. En un primer momento parece que no va a hacer nada por defender a su cliente, pero luego expone unos argumentos lúcidos y sensatos. Según él, nadie está autorizado a condenar a muerte a otra persona; tan sólo el Estado puede hacerlo. Por eso propone entregar al homicida a la Policía. Ejecutar a alguien que está enfermo y que no es responsable de sus actos sería una temeridad –el estudio de la responsabilidad y de la culpabilidad da mucho de sí–. Distingue entre justicia y venganza, dos conceptos que en ocasiones se parecen tanto. Representa la voz del sentido común, que a menudo roza la frialdad, frente a la calidez de las emociones del tribunal popular. Fritz Lang se posiciona claramente de lado del abogado, y por eso al final la Brigada irrumpe en el improvisado Juzgado.
Mordaunt Hall. The New York Times. April, 3 1933: It is regrettable that such a wealth of talent and imaginative direction was not put into some other story, for the actions of this Murderer, even though they are left to the imagination are too hideous to contemplate.
Nate Yapp. Classic Horror: There are some brilliant subtextual touches here that show what can't be said. We never witness any overt violence. We instead see a little girl playing with a ball, who is then approached by Lorre (first shown in shadow). He buys her a balloon while her mother back home cries out for her desperately. Later, we see her ball roll unused into the dust and the balloon trapped in the power lines. This is no mere stand-in for a loss of life; it's also about a horrific loss of innocence.

1 comentarios:

Jordi Revert dijo...

Una obra maestra. Sujeta a mil falsas interpretaciones, la película de Murnau ha sufrido la incomprensión de fascismos y reaccionarios censores que en su día exigieron ridículas demandas, como la de que la película acabara con el linchamiento del asesino. M fue precisamente el ejemplo que utilizó Murnau para ejemplificar las distintas capas de lectura que se podían encontrar en su película. Una obra que debería ser de obligado visionado y que recuerda por qué la masa nunca debería actuar como juez y ejecutora.

Un saludo

Jordi Revert

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