39 Escalones

Alfred Hitchcock, 1935
Reparto: Robert Donat (Richard Hannay/Mr. Hammond/Capt. Fraser/Henry Hopkinson) Madeleine Carroll (Pamela/Mrs. Henry Hopkinson) Lucie Mannheim (Miss Nnabella Smith) Godfrey Tearle (Professor Jordan) Peggy Ashcroft (John Crofter) Helen Haye (Mrs. Louisa Jordan) Frank Cellier (Sheriff Watson) Wylie Watson (Mr. Memory)
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Macguffin significa no saber hacer cine

Esencialmente, la película es una excusa para sentir que un protagonista insignificante como podemos serlo usted, o yo, o cualquier espectador, puede ser una pieza clave para salvar la patria. Lo malo es que a Hitchcock le importa muy poco explicar por qué es importante que los espías no revelen su secreto, o por que importa que lo sepa el protagonista que no pinta nada, o por qué es tan molesto él y la chica que lo delata para una organización clandestina.

Y lo que uno siente en esta y en todas las películas de Hitchcock igual que en las de Garci, es que a Hitchcock le importa muy poco su historia. Y traducido a mi lenguaje, le importa poco el cine. Él sabe que de lo que se trata es de vender como sea una persecución, un disfraz, unas escenas de buenos que ayudan y malos que traicionan, un romance entre un hombre que tiene que escapar y una chica que tiene que ser renuente, esquiva y a ser posible malilla, para que los dos se peleen antes de darse un beso. Esencialmente, eso es Hitchcock.

Creo que el término MacGuffin es de Hitchcock. Y es un buen término. Se trata de poner un móvil de cualquier tipo, que no sirva para nada pero que mantenga al espectador pendiente de algo y de una razón para que este huya, el otro lo persiga y la chica se enrolle con el bueno. MacGuffin significa quitarle el fondo a la película y dejar una cáscara bonita.

Es como si para hablar de la guerra de Iraq un director se inventara un jueguecito de tesoros escondidos o documentos secretos, cuando el Macguffin está más claro que el agua. Cuando (subrayo) el Macguffin de ese matón de Bush es lo que realmente importa (fin del subrayado).

Hitchcock es, gracias a Truffaut uno de los grandes sobreestimados del cine. Uno de los peores vendedores de opio barato.

Suceció en Manhattan

Wayne Wang, 2003
Reparto: Jennifer Lopez (Marisa Ventura), Ralph Fiennes (Christopher Marshall), Natasha Richardson (Caroline Lane), Stanley Tucci (Jerry Siegel), Bob Hoskins (Lionel Bloch), Tyler García Posey (Ty Ventura), Marissa Matrone (Stephanie Kehoe), Chris Eigeman (John Bextrum), Frances Conroy (Paula Burns), Priscilla Lopez (Verónica Ventura).
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Cenicienta en Manhattan

Sucedió en Manhattan es una actualización bastante coherente de La Cenicienta. La protagonista también hace todas las tareas y demuestra que vale en su trabajo, es Jennifer López, y trabaja de camarera de un hotel de lujo. De príncipe hace un candidato a senador republicano. Hay una hermanastra perfecta que sería la Millonaria Caroline Lane que se aloja en la suite Park. Marisa, la camarera, se prueba uno de sus vestidos y el político rico la confunde con una dama, que es como ir al baile convertida en princesa. El político la invita a cenar, pero acude la auténtica inquilina de la suite, que es como probarse el zapatito de cristal y ver que no cabe el pie.

Al cuento de La Cenicienta, le añaden el tema de la trasgresión. Cenicienta, o Marisa, ha sido mala porque ha mentido en vez de decir desde un principio que era una camarera. Tiene que expiar su culpa por el pecadillo y la echan del trabajo. A partir de ese momento es necesaria una buena provisión de pañuelos.

Yo consigo creerme casi toda la historia salvo en un punto. Que un candidato a senador se enamore de una camarera hispana me parece razonable, pero que lo haga un republicano... ¿estamos locos o qué?

Lo que viene a plantear la película es que uno es lo que parece, y que una camarera, con un traje de tres mil dólares es una princesa. Eso da que pensar, aunque no tanto como el discurso del niño, el hijo de Jennifer Lopez, que es la historia mejor trenzada dentro del cuento. El chaval se atasca en la ceremonia del cole porque no le sale un discurso, y ese problema conecta con el del político que tiene un truco para los nervios. Y al final el muchacho se lanza y habla a favor del perdón y de los pecadillos que hay que perdonar a los políticos (no sé si aludiendo a la manchita del vestido de la Lewinski o al brutal saqueo de un país sin legitimidad y sin vergüenza), que está relacionado con el pecado de su mamá. Es la vuelta de tuerca para obligarnos a agarrar el pañuelo y está bien, porque está preparada.

Los discursos tienen mucho de cine. A Capra le salían de vicio, John Doe no sería nada sin los discursos de Gary Cooper que le redacta la Stanwick. Cuando se trenzan bien suelen agarrar al espectador. Pero por lo general no sirven para nada a la hora de entender el fondo de la historia.

El cazador de sueños

"Dreamcatcher". Jon Amiel, 2003
Reparto: Damián Lewis, Thomas Jane, Jasón Lee, Timothy Olyphant, Morgan Freeman, Tom Sizemore, Donnie Wahlberg
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Demasiados capítulos de Expediente X de una vez

De entrada tengo que decir que me horroriza pasar miedo en una película. Soy un espectador poco preparado para los sustos, doy saltos en el asiento y me agarro a lo primero que veo cerca, doy una imagen lamentable. El espectador de terror, juzgo por lo que veo en el resto de la sala, es un hombre curtido que va preparado para todo y ve como un gusano se come a su héroe con la misma entereza que si lo ve cepillándose los dientes. En una película de terror el director juega a dar sustos y el espectador, supongo porque no es mi caso, juega a estar de vuelta de aquello y a no dejarse impresionar por nada con su cara de poker. Así pues, en lo que respecta a los sustos yo tengo que decir que conmigo funcionan a la perfección. El resto de la función me parece prescindible, y como odio los sustos, puedo decir que todo me parece prescindible.

La historia no funciona porque quiere calzar en una sola película demasiados episodios de expediente X. Por un lado tenemos a un grupo de amigos que tienen poderes especiales gracias a su contacto infantil con un niño retrasado que llaman Duddits. Por otro lado tenemos una historia de bichos repulsivos que harán las delicias de los amantes de la casquería, y también hay un peligro de invasión extraterrestre, el ejército salvando el mundo, con un militar duro que quiere exterminar a la gente sin escrúpulos y otro oficial humano. No son malas historias, pero algunas no casan bien con otras. Si estos cuatro amigos previenen el porvenir la película podía haber estirado un poco más la idea, en vez de entrar en el potaje de babosas. Y si tienen un amigo subnormal que sabía todo lo que iba a pasar, podía haber predicho algo más interesante que un duelo al sol entre el marciano y el bueno.

En este mundo de invasores, virus, oficiales del ejército fascistones, poderes asombrosos, yo creo que ya está todo inventado. El mérito puede estar en mezclar bien un coctel, o en saber usar ingredientes oportunos. Y usando ese criterio tengo que decir que esta película es un fracaso.

El núcleo

Jon Amiel, 2003
Reparto: Aaron Eckhart (Doctor Josh Keyes), Hilary Swank (Mayor Rebecca 'Beck' Childs), Delroy Lindo (Doctor Edward Brazzleton), Stanley Tucci (Doctor Conrad Zimsky), D.J. Qualls (Taz 'Rat' Finch), Tchéky Karyo (Doctor Sergei Leveque), Richard Jenkins (General Thomas Purcell), Nicole Leroux (Madre), Bruce Greenwood (Robert Iverson), Alfre Woodard (Talma Stickley).
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Divertida

El núcleo es la típica película divertida que todos los críticos se sienten obligados a rechazar. Lo mismo que es fácil encontrar la típica aburrida que todos los críticos se sienten obligados a elogiar. El mundo del gusto (De esto sabe mucho René Girard) no es un mundo puro de espectadores a solas con sus corazones, tiene más que ver con el mundo de la influencia, la autoridad y toda esa jaula de grillos. A veces me entretiene más hablar de lo que dicen otros que de la película. Qué se le va a hacer, soy otro grillo. Pero insisto, el Núcleo, es una película divertida.

El mayor acierto de los creadores ha sido el de hacer una película de emociones, y no sólo de efectos especiales. La premisa era increíble, había que viajar al centro de la tierra a miles de grados en un par de días y salvar el planeta Tierra para que no pierda su magnetismo. Si el proyecto lo cogen Spielberg o Lucas hubieran echado mano al talón de cheques de la productora y me hubieran apabullado con máquinas y cgi’s. Por eso yo siempre me quejo de estos dos millonarios que creen que una película se arregla como una gran empresa petrolera.

Amiel tampoco ha hecho una película barata, pero para venderte el peligro que supone para la humanidad no se ha gastado el presupuesto en la reproducción animada de catástrofes. Bastaba con un Challenger que tiene que aterrizar en mitad de Los Ángeles. Para hacerte creer que la máquina maravillosa atraviesa la tierra como si fuera queso no hace falta tampoco, mucha imagen, al fin y al cabo uno se cree cualquier cosa para aceptar la historia. Y por último, los personajes son simpáticos unos y heroicos otros, todos superficiales con lo que no hay que darle muchas vueltas a la vida, y la diversión está servida.

Del trasfondo no me hablen. Ese no tiene disculpa. Igual que en Armagedon o en tantas otras el cine nos demuestra por enésima vez que la alta tecnología despilfarrada por nuestro ¡oh amado imperio! sirve para algo, nada menos que salvarnos el pellejo a todos. Vale, recuérdenme que algún día les quede agradecidos por gastar esa millonada en sus armas, y no en un comercio justo, o en vacunas o en escuelas. Al fin y al cabo yo no podría vivir feliz si no fuera porque América está vigilando la paz y la felicidad del planeta e invadiendo a cuantos países le viene en gana para ver si encuentra o no encuentra en ellos alguna cepa de la viruela.

Soldados de Salamina

David Trueba, 2002
Reparto: Ariadna Gil (Lola), Ramón Fontserè (Rafael Sánchez Mazas), Joan Dalmau (Miralles), María Botto (Conchi), Diego Luna (Gastón), Alberto Ferreiro (Joven miliciano), Luis Cuenca (Padre de Lola), Lluis Villanueva (Miguel Aguirre), Ana Labordeta (Empleada residencia), Julio Manrique (Pere Figueras), Eric Caravaca (Camarero).
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Dónde hay un héroe

Hace unos años, después de leer Soldados de Salamina por un comentario elogioso que escribió Vargas Llosa en El País y que yo no compartía, me sorprendió ver que una novela del montón como la que había escrito Javier Cercas se convertía semana tras semana en número uno de ventas. Ahora que he visto la película con idéntico resultado, espero que no se convierta en un gran éxito de audiencia, porque entonces tendría que declarar mi divorcio con los gustos de la mayoría del público. Y es una situación que temo porque me vería tentado a ser lo que Umbeto Eco llama un apocalíptico, o peor aún convertirme en un Carlos Boyero y empezar a creerme que soy superior a todo el mundo por la cantidad de cosas que desprecio en vez de por las que disfruto.

El problema de Cercas, tanto de Javier, como el de Lola Cercas (El director cambia al escritor protagonista su sexo en la película, no así su orientación sexual que en ambos es hetero, lo cual da lugar a una historia de amor que es imposible en la película) es que en la obra que escribe necesita un héroe. Menos claro está lo que puede de haber de heroico en perdonar la vida a uno de los fundadores de la falange española y no a cualquier otro de los desgraciados que murieron en el mismo fusilamiento colectivo. Una buena búsqueda del héroe hubiera estado en sus características no en su nombre y apellidos. Lo segundo es superficial, pero también detectivesco, y es el meollo de la obra. El fondo de elegir un fusilamiento como el de Sánchez Mazas, puede estar, ignoro si me equivoco, en un espíritu de reconciliación postfranquista que quiere poner de víctima al que sería el agresor y viceversa.

Cercas estudia el episodio del fusilamiento de Rafael Sánchez Mazas y decide que su novela sólo tiene sentido si encuentra al soldado que le perdonó la vida. ¿Por qué no inventas ese personaje? Le pregunta Conchi. ¿Añade algo el hecho de que Miralles sea un personaje real o sea una invención del escritor?

Son dos obras estrenadas en Madrid a la vez las que plantean el mismo problema. “Adaptation” y “Soldados de Salamina” muestran al escritor atascado porque un proyecto no funciona. En ambos casos el autor necesita que ocurra algo para salir de su atoramiento. Descubrir al soldado, descubrir un secreto íntimo de la autora en “Adaptation”.

En el caso del público, eso no es importante, yo no pienso ir a interrogar a Miralles ni tampoco a Susan Orlean para descubrir si los autores fueron verídicos. Ellos se atascaron porque necesitaban serlo. Y los dos se equivocaron porque creyeron que la salida de su atasco era un descubrimiento en el mundo real (detectivesco) cuando las grandes soluciones no vienen de fuera. Capra no necesitó (supongo) que se le apareciera un verdadero ángel para mostrarnos a ese Clarence de “Qué bello es vivir”. Y sin embargo Capra encontró en esa película lo que Cercas buscaba con tanto afán, encontró un héroe.

Michael Moore tampoco tuvo que buscar mucho.
Criticalia | Enrique Colmena ***
lo fundamental, ese fascinante momento en el que Rafael Sánchez Mazas, mediocre escritor pero importante falangista, se encuentra cara a cara con un miliciano republicano que, contra toda esperanza, le salva la vida. Toda la parte final, con el encuentro entre la escritora protagonista y el viejo que pudo haber sido aquel miliciano, es de lo mejor, puro sabor de cine bien hecho, que redime de algunas carencias anteriores. El resultado global es una interesante adaptación, sin llegar a la altura del texto original, pero razonablemente bien resuelto por un David Trueba que va depurando su estilo y confirmando que hay talento en él, aunque a veces le cueste cierto trabajo demostrarlo...
Miradas | María Villalva (2,5/5)
Pese a todo, lo que viene a traer el film es la esperanza en la pervivencia de una innata generosidad y de una inocencia que - a veces contra todo pronóstico - se resistan a la imposición ideológica.

Belinda

"Johny Belinda"
Jean Negulesco, 1948
Reparto: Jane Wyman (Belinda McDonald) Lew Ayres (Dr. Robert Richardson) Charles Bickford (Black McDonald) Agnes Moorehead (Aggie McDonald) Stephen McNally (Locky McCormick) Jan Sterling (Stella McCormick) Rosalind Ivan (Mrs Poggety) Dan Seymour (Pacquet) Mabel Paige (Mrs Lutz) Ida Moore (Mrs McKee) Alan Napier (Fiscal)Guión: Charlie Kaufman y Donald Kaufman; basado en una obra de Susan Orlean.
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El cine ha cambiado en estos años

Belinda es una campesina sorda. Un doctor nuevo llega al pueblo y se preocupa por ella. Sabe que no es subnormal y le enseña el lenguaje de señas. Su padre la quiere, pero la hace trabajar duramente porque no tienen dinero. Un muchacho del pueblo, en una fiesta la viola, las malas lenguas atribuyen la paternidad al médico.

Como tantas películas americanas, Belinda es una película de juicio. Ella mata al hombre que reclama a su hijo y el espectador y el jurado deben decidir si es inocente o culpable, aunque Jean Negulesco lo ha decidido por ambos, y toda la película (casi todas las películas de juicio) es una puesta en escena de una gran verdad. Es además una excelente película.

Jean Negulesco, se llama en “Chicago” Billy Flynn, también es el hombre que mueve los hilos de nuestros corazones y nos hace sentir como bueno y como malo lo que él quiere que creamos. ¿Qué ha cambiado en estos 55 años de cine? Ya sé que las CGIs, los efectos especiales, los maquillajes. Pero apunto en otra dirección. ¿En qué hemos cambiado nosotros los espectadores de este milenio con respecto a aquellos que se emocionaron viendo a la muchacha sorda defender a su hijo?

En primer lugar somos mucho menos simples. El espectador de Chicago no tiene estómago para las historias de culebrón prefiere reírse del público de culebrón y ser cómplice del abogado manipulador y de las asesinas mentirosas. Pero sobre todo, el espectador de nuestros días no busca seres inocentes e inmaculados con los que emocionarse. Roxie Hart (Zellweger) no es inocente, pero tiene toda nuestra simpatía, Velma ni siquiera tiene la simpatía de Roxie. Lo que ha cambiado realmente es el papel del jurado, que son otra panda de pringados que hay que usar en el camino. Y no sólo para salir de la silla eléctrica sino para conseguir la fama.

¿Qué dice, al fin, Chicago del espectador de nuestros días? Que es completamente distinto del de 1948, que no es honrado, ni ha hecho todos sus deberes, pero que sabe que tiene todos los derechos.
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