Entrevista. Alejandro Amenábar

Tratándose de hechos reales y tan delicados, ¿no se planteó realizar un documental?

Lo que mejor sé hacer son películas de ficción. Me apasiona sumergir al espectador en una atmósfera creada e insinuar cosas, no mostrarlas. Un documental es básicamente mostrar la realidad. Yo no quería eso. Quería sacar de la realidad los elementos que me permitieran contar la historia que tenía en la cabeza. En ese sentido, fue un proceso muy natural.

¿Cómo ha sido ese proceso?

Conociendo la historia de Ramón Sampedro, empecé a escribir, pero enseguida me di cuenta de que necesitaba más información. Mateo Gil y yo investigamos a fondo su vida, que nos pareció apasionante. No sólo su relación con las mujeres, también con el mar, con la música que escuchaba, con la ventana desde la que miró el mundo, postrado en la cama, durante tantos años, y a través de la cual viajaba en sueños. Con esos elementos había una película. Y pensé: "Vamos a escribir la historia de Ramón porque se la merece. No nos vamos a ir a Hollywood a contar una historia parecida. Contaremos la de Ramón". Lógicamente, ha habido cambios al traspasar la historia a ficción, como la necesidad de concentrar varios personajes en uno para que la película avance dramáticamente.

La neutralidad está reñida con la ficción. ¿Cuál es su postura moral en el caso de Ramón Sampedro?

No he querido ser neutral. Eso es imposible. No sé qué hubiera hecho yo en el lugar de Ramón, si hubiera deseado la muerte o no, pero tengo claro que Ramón tenía derecho a pedir lo que pidió, que en el fondo no era más que reclamar la propiedad de su vida. Su vida no pertenecía a nadie más que a él, y sólo él podía tomar la decisión de suicidarse. Lo que yo no quería es que la película se convirtiera en un alegato en defensa del suicidio como respuesta a los problemas del mundo. Hay un montón de personas que quedan tetrapléjicas y luchan todos los días por salir adelante. No quería que la película fuera un insulto para ellos. Nuestra postura es la libertad. Nadie puede juzgar a nadie cuando decide sobre su propia vida. Son tan valientes los que luchan por. superar su discapacidad como los que deciden no seguir viviendo en esas condiciones.

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