Entrevista: Amenábar

ABC: Nos da una visión de la muerte, de la vida, del amor... ¿Cómo conjuga todo ello en la pantalla?

Amenábar: Muchas veces se habla del arte, por ejemplo aplicado en pintura o en música contemporánea, como algo que consigue convertir lo intrascendente en algo críptico y, por tanto, poético. Yo creo que lo busco un poco al revés. No sé si lo busco, pero es lo que me sale. Son grandes temas que están flotando ahí -la vida, la muerte, el amor- y busco la manera de traducirlo al lenguaje de la calle para que sea entendido por los espectadores. El discurso de Ramón Sampedro era muy profundo y filosófico, el discurso de un erudito, de alguien que llevaba leyendo y escribiendo treinta años. Yo decía: estaría genial traducir esto a una película y que el espectador lo entendiera. El cine te lo permite. Ésa ha sido la idea: traducir en imágenes y en música palabras mayores, pero que la película no sonara a palabras mayores, sino partir siempre de cosas muy cotidianas.

ABC: ¿Cómo se gestó la película? ¿Partió de la noticia de su muerte, que inundó todos los informativos?

Amenábar: Sí, supongo que sí. Compré el libro después de que él muriera y supongo que había algo en la mirada de este hombre, en la serenidad con la que hablaba, que me llamó mucho la atención. Luego, sus circunstancias: saber que prácticamente no había querido salir de la cama, pero que se había dedicado toda su vida a leer, a prepararse intelectualmente para que su discurso fuera sólido. No estuvo en mí el ánimo de hacer una película sobre la eutanasia. Esta situación personal me llamó mucho la atención, pero, al investigar más sobre la vida de Ramón, descubrí que era una persona con mucho sentido del humor, que había habido varias mujeres enamoradas de él; descubrí la importancia de las ensoñaciones en su vida interior: cómo se transportaba al mar, cómo, cuando soñaba, soñaba que volaba... Son elementos muy cinematográficos que permitían hacer que una película despegara, que no fuera simplemente la narración cronológica de la vida de Ramón Sampedro.

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