Los impostores

Reparto: Nicolas Cage (Roy Waller), Sam Rockwell (Frank), Alison Lohman (Angela), Bruce Altman (Dr. Klein), Bruce McGill (Chuck Frechette), Jenny O'Hara (Sra. Schaffer), Steve Eastin (Sr. Schaffer), Sheila Kelley (Kathy), Tim Kelleher (Obispo).
Guión: Nicholas Griffin y Ted Griffin; basado en el libro de Eric Garcia.
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El que pierde gana

En el cine, sobre todo el de Hollywood hay un diálogo constante de autores y de temas, en el que algunos tienen mucho que decir y otros se limitan a imitar y corear. En los últimos años, parece que todo el mundo quiere dar su particular versión del cine de timadores, lo cual es una buena noticia porque siempre son divertidas. Las películas de Mammet no son puro entretenimiento porque el fraude viene a hacer justicia y a devolver a cada cual lo que se merece. En nueve reinas, importa menos el premio que se llevan los timadores que el castigo del culpable, en Confidence importaban las dos cosas, Shoderberg mostró su virtuosismo en “Ocean’s eleven” al hacer que el timador no sólo se llevara el dinero, sino también el corazón de la chica. El dinero timado funciona siempre como sancionador, es el premio moral que, por más vueltas que dé va a parar a los buenos y escarmienta a los malos.

Spielberg cambió ligeramente los significados cuando muestra a un Frank Abagnale que roba miente y defrauda porque anda descarriado, mientras el policía que le persigue trata de conducirle como un padre. Y Scott cambia aún más las tornas, porque el dinero robado no es el premio para los buenos, y la víctima del timo no es el malo que se lo merece. “Los impostores” tiene algo de sentido cristiano, porque pretende desviar nuestra atención, del vil metal, y sobre todo, porque nos invita a creer que los perdedores son en realidad los que ganan la partida.

Roy Walter lleva años viviendo de timos, como el que nos sirve de aperitivo con la primera secuencia de la película. Así ha amasado una pequeña fortuna de un millón de dólares. Pero Frank tiene un problemilla, es un maniaco enfermizo que no puede vivir sin tomar unas pastillas, no puede soportar ver una mota de polvo en las molduras ni una mancha en la moqueta de su casa. Un día se queda sin pastillas y su médico se ha ido del estado. Desesperado acude a un psiquiatra que le ofrece las pastillas a cambio de hablar de sus problemas. Roy descubre que tiene una hija de su anterior matrimonio, y recuperar a esa hija hace que su vida cambie.

En un momento del cine como el que vivimos en el que todos los géneros están inventados, creo que la mejor apuesta es la de mezclar, y dosificar sabiamente. Esta historia de timadores con un personaje maniático, escapado de “mejor, imposible” está bien llevada y hace muy digerible una moraleja a favor de la familia y de la paz con uno mismo. El conjunto compone una obra más que recomendable.

Y la moraleja es tolerable porque es buena pero también, quizá, porque liga con mis más íntimas convicciones. Viene a decir que el infierno no está en la otra vida, y que las malas acciones siempre se pagan, porque el juez lo llevamos dentro.

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