El sitio de Troya II. El rapto de Elena

París, dotado de un carácter intrépido y aventurero, resolvió un día viajar para instruirse, y fue a visitar a varios reyes de Grecia. Estos acogieron con amabilidad al joven cuyo padre era uno de los monarcas más poderosos de Asia.

Entre los reyes que visitó el joven viajero, Menelao, de Esparta, fue uno de los que mejor acogida le dispensaron. Este rey, que pertenecía a la ilustre familia de los Pelópidas, se había casado algún tiempo antes con una princesa llamada Elena, de quien se decía era hermana de Castor y de Pólux, aquellos dos héroes griegos de la expedición de los argonautas. La reina de Esparta era de una belleza incomparable y, cuando la vio París, sintió un violento deseo de llevársela a la corte de su padre, para hacer de ella su esposa. Poco tiempo después, aprovechando un viaje que Menelao hizo a la isla de Creta, París indujo a Elena a marcharse con él a Troya, abandonando a su marido.

Fácil es imaginar el dolor y la indignación de Menelao cuando a su regreso de Creta supo que la reina había huido de palacio en compañía del pérfido extranjero. Resolvió vengarse inmediatamente de tan criminal acción, interesando en su causa a Grecia entera.

Enorme fue la tempestad de indignación que estalló entre los pueblos de Grecia cuando Menelao hizo saber a sus parientes y amigos, todos reyes como él, que Paris le había robado a Elena. Reuniendo a sus soldados, 1280 estos plíncipes resolvieron presentarse a las puertas de Troya y obligar a Príamo a devolver la ingrata Elena a su esposo. Agamenón, hermano de Menelao y rey de Argos, fue escogido como general del ejército que mil doscientas naves apenas bastaron para transportar desde los puertos de Grecia hasta las costas de Asia.

Entre estos monarcas podía verse a Nestor, rey de Pilos, una de las ciudades del Peloponeso, reputado como el más sabio de los príncipes de su época; Ulises, rey de Itaca, pequeña isla del archipiélago griego; Idomeneo, rey de Creta; Ayax, hijo de Telamón y rey de Salamina; Tersandro, rey de Tebas, e hijo de Polinice; Diomedes, príncipe de la familia real de Argos.

Cuando la flota se acercó a la costa de Asia, los jefes griegos, al contemplar la multitud de navíos que cubría el mar, no dudaron de que Príamo se apresuraría a salir a su encuentro para aplacar sus resentimientos y entregarles la bella Elena. Esta esperanza se desvaneció cuando vieron todas las puertas de Troya cerradas. El anciano rey, al frente de un número considerable de soldados, se preparaba para defender sus murallas en compañía de Héctor y de París.

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