Mortadelo y Filemón

LOS PLACERES Y LOS DIAS
FRANCISCO UMBRAL
Han vuelto Mortadelo y Filemón, no por ese remember caótico que trae toda guerra, pues toda guerra es la hoguera del barrio, una hoguera donde se queman los sillones de mimbre, los retratos de la familia y los recuerdos de la guerra anterior. Mortadelo y Filemón vuelven en cine y hemos de decir que quedaban mejor en papel de estraza, con olor a postguerra y bocadillo. La película es irreconocible para la gente reciente y los golpes de efecto, que son golpes de trompazo, quedaban más propios en el dibujo violento y vivo de Ibáñez que en el impersonal celuloide. A España le sale mejor lo basto que lo fino y hay más genio en Goya que en Salzillo. Pero ahí están.

Mortadelo es el currata que apanda bocadillos y hoy sería de Comisiones Obreras y hasta votaría por la guerra, pues más golpes y tablones de los que le dio la vida no se los iba a dar ningún conflicto internacional. En Mortadelo reconocemos hoy al hijo o el padre de la portera, un currante de mono que cobra, mayormente, por bloquear todas las bofetadas que se pierden en el barrio.Representaba muy bien a las clases bajas españolas, las que no habían pasado del Sindicalismo Vertical, que ahora pierde a su príncipe periodístico, Emilio Romero.

Filemón era algo así como el padre intelectual de Mortadelo, un señor con aire de escribiente distraído que también se llevaba todas las ostias de la movida. Filemón sería hoy del PP y se apuntaría a la guerra personalmente. No era de derechas ni de izquierdas, sino de ese confuso y desnivelado bando español que siempre pierde todas las guerras. Filemón, hoy, ya no usa cuello duro sino que va en plan tervilor y Mortadelo principia a parecerle un poco rojo, pero no le dice nada porque en algo ha de notarse la diferencia de clases. La menestralía española, el artesanado, están todos en Comisiones Obreras o en la UGT, pero luego hacen acuerdos muy respetuosos con los empresarios y alargan la pasta.El señor Cuevas debiera ser personaje de esos tebeos.

Ibáñez recurrió al humor traumático para mover a sus muñecos, porque el humor crítico, o sea político, estaba mutilado por la censura. Uno podía reírse de todo menos de los tipos que daban risa, o sea los polítcos. Y así es muy difícil hacer humor. Aquella censura malogró a talentos como Miguel Mihura y el propio Ibáñez.El humor traumático viene de la picaresca y se había consagrado en Hollywood con el cine mudo, que también era una consecuencia de la censura americana. Sólo que Buster Keaton era consciente de lo que le pasaba, y aquí nuestros Ibáñez trabajaban a lo que salía, que si te descuidas no sale nada. Mortadelo ha dejado en nuestra memoria un olor de mono azul y mercromina para los golpes. El pueblo sigue oliendo a Cruz Roja de guardia. Filemón era el funcionario de Larra pasado por las bofetadas del gordo y el flaco. Dos muñecos entrañables, sin sentido político ni social, pero con un aguante quijotesco para los golpes que reparte la vida. España sigue siendo un país de currantes con mono y funcionarios aseados y desnivelados. Los sindicatos socialistas tampoco han arreglado eso. La vuelta de Mortadelo y Filemón, en cine, es culturalmente tan importante para uno como la vuelta de Greta Garbo y Marlene Dietrich en fino.

Personajes de tebeo
por Alberto Bermejo (**) | METROPOLIS

Toda adaptación lleva implicita una elección de fidelidades. la letra, el espíritu, el tono, las ideas generales o los detalles concretos son algunas de las variables con las que cualquier adaptador está obligado a negociar su grado de fidelidad respecto al original. En La gran aventura de Mortadelo y Filemón los responsables han pretendido, y han logrado plenamente, conviene decirlo de antemano, ser obsesivamente fieles a cada uno de los ingredientes que componen su original de referencia, los tebeos de Francisco Ibáñez.

El resultado es algo así como un efecto especial superlativo por el cual cobran textura, volumen y vida las páginas del tebeo. Cada plano, cada secuencia, la película entera, es un portentoso milagro que reinventa en términos fotográficos y convincentes, pasmosamente convincentes, esas fantasías imposibles surgidas de la pluma y la imaginación de Ibáñez que desafían las leyes físicas y la lógica de la realidad. Javier Fesser y sus colaboradores han construido un mundo abigarrado a imagen y semejanza de ese universo que transcurría sobre el papel, repleto de inventos castizamente sofisticados, de individuos de físicos delirantes, de ruidos a ratos inquietantes, además de ensordecedores, como traducción hiperrealista de los ingredientes onomatopéyicos que apoyaban los chirridos, las explosiones y los golpes de la vida de por sí animada de los personajes. La alegre crueldad de los tebeos alcanza una dimensión casi sádica en esta traducción audiovisual que escenifica minuciosamente los atropellos, las caídas desde alturas incalculables, los choques frontales con puertas, muros y demás superficies consistentes o los aplastamientos de todo tipo. Cualquiera, pero en especial los que estén familiarizados o conozcan a fondo la fisonomía de esas criaturas dibujadas, reconocerá que es dificil recordar una elección de reparto más acertada, más precisa, que la de esta producción generosa de medios. Cada uno de los personajes, desde los dos principales y sus compañeros naturales de aventuras, el transformista Mortadelo, Filemón, el Súper o la secretaria Ofelia, hasta los intrusos surgidos de otras historietas independientes, Rompetechos o algunos de la gloriosa 13, rue del Percebe, han encontrado rostros, cuerpos y ademanes perfectos en los de una colección de actores más o menos conocidos, como Pepe Viyuela, Benito Pocino, Mariano Venancio, Berta Ojea o la incombustible Maria Isbert. Las imágenes de la película están marcadas por la pasión incondicional del director Javier Fesser por el universo de Ibáñez, por un apasionado gusto por los mecanismos y los cachibaches y también por su experiencia profesional en el terreno publicitario, de manera que en conjunto se puede ver como una sucesión torrencial de situaciones breves, de resolución inmediata, concebidas esencialmente como gags, ligadas por la presencia de los mismos personajes en una tenue línea general que apenas puede considerarse como un verdadero argumento. El dilema está en saber si todo eso, que está pensado y construido para desencadenar cataratas de carcajadas, tiene gracia o no, si esa acumulación indudablemente imaginativa de imágenes con infinidad de puntos de atención, concebidas para que los ecos de unas sepulten la compresibilidad de las siguientes, resultan verdaderamente divertidas o no. Paradójicamente, el humor universal es un don reservado a unos cuantos elegidos que, al menos en esto del cine, se pueden contar con los dedos de una mano y es más que probable que el que inunda esta película desate reacciones poco homogéneas entre el público.

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