Deconstrucciones
Chris Miller, 2007
Doblaje original/español: Mike Myers/Juan Antonio Muñoz (Shrek), Eddie Murphy/José Sánchez Mota (Asno), Cameron Diaz/Nuria Mediavilla (princesa Fiona), Antonio Banderas (Gato con Botas), Rupert Everett (príncipe Encantador), Justin Timberlake (Artie), Julie Andrews (reina Lillian), John Cleese (rey Harold), Eric Idle (Merlín), Cheri Oteri (Bella Durmiente), Ami Poehler (Blancanieves), Maya Rudolph (Rapunzel), Amy Sedaris (Cenicienta), John Krasinski (Lanzarote), Ian McShane (capitán Garfio).
Guión: Chris Miller, Jeffrey Price, Peter S. Seaman y Aron Warner; basado en un argumento de Andrew Adamson; sobre el libro de William Steig.
* *
Hay una escena en la que Shrek tiene que dar una charla al jovencito Arturo, así que la música dulzona sube muy alta, Shrek se da la vuelta enfadado y descubre que es un montaje de Merlin que está intentando crear ambiente con el sonido. Pero no se trata de Merlin, es el director el que señala sus propias trampas narrativas porque sabe que se dirige a un público que está de vuelta de todo. El público de hoy habla de cine con los mismos términos que un crítico, conoce los recursos cinematográficos y se queja de los detalles, de las interpretaciones, del ritmo. A este tipo de público se dirigen películas como Shrek con su mensaje metalingüistico. Hay lobos feroces, cerditos, galletas de jengibre, princesas dormilonas que sólo saben usar el truco de dormirse para resolver sus problemas, un congreso de malos de cuentos de Hadas que dan rienda suelta a su resentimiento por el papel que les toca hacer en la vida. No son los personajes de una historia, son los personajes de todas las historias famosas. Shrek recopila tópicos para jugar con ellos. A otros les da la vuelta para dejarlos en evidencia, como por ejemplo, el del ogro malo y sucio que tiene ogritos igual de malos y sucios, o al de Arturo que no resulta ser un valiente, sino un joven perdedor del insituto. El gato con botas es una burla del sentimentalismo de los cuentos, cuando pone ojitos lastimeros de minino; el asno es el personaje que se ríe de sí mismo.
Los tres entregas consisten en ponernos en guardia contra las argucias de los cuentos de hadas. Los finales sirven para volver a contarnos un cuento de hadas ahora que tenemos las defensas bajas. Una vez ha quedado claro que los espectadores no somos tontos, y estamos cansados de las historias de siempre (a ser posible de las que hacen sus competidores de Disney), los buenos y los malos se enfrentan en una batalla final como en cualquier otro cuento.
"Shrek Tercero" añade un elemento curioso a esa batalla. Y es que Prince Charming, que deberíamos haber traducido por Principe Azul, y no Encantador, no se conforma con derrotar a su enemigo Shrek. Quiere hacerlo dentro de un teatro, delante de un auditorio, igual que Nerón que necesitaba un incendio real para su poema, igual que Hamlet que necesitaba representar el Homicidio de Claudio delante de Claudio. El teatro dentro del teatro asustaba a Borges que veía un agujero a lo infinito. El caso de esta película me parece tan elemental como el de los títeres que preguntan a los niños por donde se ha ido el malo, o como las risas enlatadas de las sitcoms. La batalla final ocurre en un teatro para que el espectador de la película participe en la historia siguiendo el ejemplo del espectador de la obra de teatro.
No es lo peor que se puede decir de Shrek. Lo peor es, quizás, que toda la historia gira en torno a unos personajes que no quieren aceptar un regalo que les hace la vida. Arturo no quiere aceptar una corona y Shrek no quiere aceptar su papel de padre. No sé cual de los dos me aflige más.
Jordi Costa (EL PAÍS): Dar voz (o subir el volumen en dolby surround) a un prejuicio masivamente compartido puede ser un buen atajo hacia el éxito: así lo experimentaron los artífices del primer Shrek (2001) cuando decidieron convertir un notable libro infantil de William Steig, publicado en 1990, en arma arrojadiza contra el legado moral y estético del imperio Disney. Tachar la obra de Walt Disney de blanda, maniquea y puritana es una estrategia condenada al éxito: resulta bastante más difícil hacer entender al público adulto lo revolucionarias, modernas y sumamente complejas que fueron las aportaciones del padre de Mickey Mouse en el desarrollo del arte animado.
Con todo, Shrek, película que no pasará a la historia del cine de animación, forjó un modelo astuto y eficaz: el espejismo de una película para niños puntuado por ingenuos chistes verdes (o puramente groseros) para padres. Todo ello con el envoltorio de un arsenal de referencias pop diseñado con certero olfato generacional: un masaje de complicidades para quienes vivían la excursión a las salas en compañía de su prole como un tormento privado.