28 semanas después

Zombies blandos


Juan Carlos Fresnadillo, 2007
Reparto: Robert Carlyle (Don), Rose Byrne (Scarlet), Jeremy Renner (Doyle), Harold Perrineau (Flynn), Catherine McCormack (Alice), Imogen Poots (Tammy), Idris Elba (general Stone), Mackintosh Muggleton (Andy).
Guión: Juan Carlos Fresnadillo, Enrique López Lavigne, Rowan Joffe y Jesús Olmo.
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“28 días después” de Danny Boyle era, confesa o no, una película de zombies. El terror consistía en que los mismos protagonistas, que tanto ansíabamos que escaparan, se convertían en zombies y de repente queríamos que fueran destruidos; consistía en que los sentimientos humanos, la compasión era una debilidad, y el ejército, que tenía que salvar a los sanos, era un peligro.

Los zombies de Boyle ponían a prueba nuestra sensibilidad cristiana. En su mundo sólo sobrevivían los insensibles. Fresnadillo no ha querido ir más lejos, como, sin duda, estábamos esperando. Ha querido humanizar a sus monstruos, y ha dado un paso atrás. El protagonista cae presa de la rabia y empieza a golpear las paredes. Ya no está con nosotros, ya es uno de ellos, pero curiosamente, la cámara le sigue. Es una cámara subjetiva. ¿Quiere Fresnadillo que nos identifiquemos con el enfermo? ¿No quiere abandonarlo? Boyle no hubiera cometido ese error.

Los inocentes de esta versión tienen tanto miedo de los zombies como del ejército. Llegado el momento, los soldados reciben la orden de eliminar a los humanos. Fresnadillo apunta a la deshumanización de una parte de la sociedad, del ejército, al que es tan fácil hacer culpable. Pero el mensaje de Boyle era mucho más profundo porque apuntaba a la esencia misma del ser humano.

La familia del protagonista porta una variante genética que hace completamente coherentes las sorpresas del final, tanto la humanitaria como la tragedia. Fresnadillo ha querido poner en entredicho el mensaje desolador de la supervivencia por encima del amor al prójimo y ha querido colar un mensaje positivo, como un coro de ángeles en mitad de la matanza de Texas. Si el público no ha aplaudido no es culpa del director, es que no estaba avisado de que además de ver zombies carníboros iba a necesitar un pañuelo.

Shrek Tercero



Deconstrucciones


Chris Miller, 2007
Doblaje original/español: Mike Myers/Juan Antonio Muñoz (Shrek), Eddie Murphy/José Sánchez Mota (Asno), Cameron Diaz/Nuria Mediavilla (princesa Fiona), Antonio Banderas (Gato con Botas), Rupert Everett (príncipe Encantador), Justin Timberlake (Artie), Julie Andrews (reina Lillian), John Cleese (rey Harold), Eric Idle (Merlín), Cheri Oteri (Bella Durmiente), Ami Poehler (Blancanieves), Maya Rudolph (Rapunzel), Amy Sedaris (Cenicienta), John Krasinski (Lanzarote), Ian McShane (capitán Garfio).
Guión: Chris Miller, Jeffrey Price, Peter S. Seaman y Aron Warner; basado en un argumento de Andrew Adamson; sobre el libro de William Steig.
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Hay una escena en la que Shrek tiene que dar una charla al jovencito Arturo, así que la música dulzona sube muy alta, Shrek se da la vuelta enfadado y descubre que es un montaje de Merlin que está intentando crear ambiente con el sonido. Pero no se trata de Merlin, es el director el que señala sus propias trampas narrativas porque sabe que se dirige a un público que está de vuelta de todo. El público de hoy habla de cine con los mismos términos que un crítico, conoce los recursos cinematográficos y se queja de los detalles, de las interpretaciones, del ritmo. A este tipo de público se dirigen películas como Shrek con su mensaje metalingüistico. Hay lobos feroces, cerditos, galletas de jengibre, princesas dormilonas que sólo saben usar el truco de dormirse para resolver sus problemas, un congreso de malos de cuentos de Hadas que dan rienda suelta a su resentimiento por el papel que les toca hacer en la vida. No son los personajes de una historia, son los personajes de todas las historias famosas. Shrek recopila tópicos para jugar con ellos. A otros les da la vuelta para dejarlos en evidencia, como por ejemplo, el del ogro malo y sucio que tiene ogritos igual de malos y sucios, o al de Arturo que no resulta ser un valiente, sino un joven perdedor del insituto. El gato con botas es una burla del sentimentalismo de los cuentos, cuando pone ojitos lastimeros de minino; el asno es el personaje que se ríe de sí mismo.

Los tres entregas consisten en ponernos en guardia contra las argucias de los cuentos de hadas. Los finales sirven para volver a contarnos un cuento de hadas ahora que tenemos las defensas bajas. Una vez ha quedado claro que los espectadores no somos tontos, y estamos cansados de las historias de siempre (a ser posible de las que hacen sus competidores de Disney), los buenos y los malos se enfrentan en una batalla final como en cualquier otro cuento.

"Shrek Tercero" añade un elemento curioso a esa batalla. Y es que Prince Charming, que deberíamos haber traducido por Principe Azul, y no Encantador, no se conforma con derrotar a su enemigo Shrek. Quiere hacerlo dentro de un teatro, delante de un auditorio, igual que Nerón que necesitaba un incendio real para su poema, igual que Hamlet que necesitaba representar el Homicidio de Claudio delante de Claudio. El teatro dentro del teatro asustaba a Borges que veía un agujero a lo infinito. El caso de esta película me parece tan elemental como el de los títeres que preguntan a los niños por donde se ha ido el malo, o como las risas enlatadas de las sitcoms. La batalla final ocurre en un teatro para que el espectador de la película participe en la historia siguiendo el ejemplo del espectador de la obra de teatro.

No es lo peor que se puede decir de Shrek. Lo peor es, quizás, que toda la historia gira en torno a unos personajes que no quieren aceptar un regalo que les hace la vida. Arturo no quiere aceptar una corona y Shrek no quiere aceptar su papel de padre. No sé cual de los dos me aflige más.

Jordi Costa (EL PAÍS): Dar voz (o subir el volumen en dolby surround) a un prejuicio masivamente compartido puede ser un buen atajo hacia el éxito: así lo experimentaron los artífices del primer Shrek (2001) cuando decidieron convertir un notable libro infantil de William Steig, publicado en 1990, en arma arrojadiza contra el legado moral y estético del imperio Disney. Tachar la obra de Walt Disney de blanda, maniquea y puritana es una estrategia condenada al éxito: resulta bastante más difícil hacer entender al público adulto lo revolucionarias, modernas y sumamente complejas que fueron las aportaciones del padre de Mickey Mouse en el desarrollo del arte animado.

Con todo, Shrek, película que no pasará a la historia del cine de animación, forjó un modelo astuto y eficaz: el espejismo de una película para niños puntuado por ingenuos chistes verdes (o puramente groseros) para padres. Todo ello con el envoltorio de un arsenal de referencias pop diseñado con certero olfato generacional: un masaje de complicidades para quienes vivían la excursión a las salas en compañía de su prole como un tormento privado.

Ocean's 13

Fish


Steven Soderbergh, 2007
Reparto: George Clooney (Danny Ocean), Brad Pitt (Rusty Ryan), Matt Damon (Linus Caldwell/Lenny Pepperidge), Andy Garcia (Terry Benedict), Don Cheadle (Basher Tarr/Fender Roads), Bernie Mac (Frank Catton), Ellen Barkin (Abigail Sponder), Al Pacino (Willie Banks), Casey Affleck (Virgil Malloy), Scott Caan (Turk Malloy), Eddie Jemison (Livingston Dell), Shaobo Qin (Yen/Sr. Weng), Carl Reiner (Saul Bloom/Kensington Chubb), Elliott Gould (Reuben Tishkoff), Vincent Cassel (François Toulour).
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Los actores de la saga Ocean’s tienen fama de pasárselo bien con los rodajes y luego promocionando la película. Hablaban de ella en Cannes con la misma ironía que si acabaran de inventar, ellos solos, la ironía. Se parecen a los personajes de ese libro “FISH” que explica, inspirandose en el sublime ejemplo de una pescadería, cuales son las reglas que hay que recordar para que el clima de trabajo sea positivo y no un vertedero de energía. La fama es, a veces, una pérfida damisela que otorga sus favores a quien menos los merece (La lamentación vale tanto para el libro como para la película).

La trilogía de Danny Ocean consiste en historias de grandes fortunas que cambian de mano, de millonarios y de hombres simpáticos que merecerían serlo. En la primera, la 11, el personaje de Clooney y el de Andy García competían en el campo del ingenio, del dinero y, sobre todo, en el del corazón de Julia Roberts. En la segunda venían a Europa para disputar con un ladrón europeo quien de todos meaba más lejos, ¿el dólar o el euro? La tercera recorre el sendero trillado de una venganza.

Soderbergh transmite su camaradería con el reparto y también con el público. Su estilo consiste en tratarnos como a iguales, por eso no malgasta nuestro tiempo. Practica la elipsis como un complice que no quiere molestarnos. Cabe agradecerselo, sobre todo, si uno es dueño del video-club que se hará indispensable para todos los que quieran entender lo que ha ocurrido.

Tuneladoras, fábricas de dados, programas informáticos que leen en la pupila si un ganador ha hecho trampas. Hay en Soderberg una inclinación irreprimible a dejarnos epatados, ya sea con la magnificencia de los casinos de Las vegas, ya sea con la sofisticación de los métodos de los ladrones de casinos de Las Vegas. Una de las piezas necesarias para el golpe, la fábrica de dados, sufre una huelga. Para los protagonistas la sorpresa más inesperada es descubrir la ridiculez del monto de la suma de todas las reivindicaciones laborales de un piquete. Es consolador saber cuanto se la repampinfla a todos como vive el resto de los mortales. Se aproxima mucho a cuanto nos importa al resto de los mortales como viven ellos.

Si usted siente algo en la boca del estómago viendo tan felices a todos los amigos de Soderberg no tiene que preocuparse. Se llama arcadas. Y se pasa cuando acaba la película.

Por qué no hay que leer bitácoras de cine

Entiendo que los lectores no entren a leerme, que no se queden, entiendo que si llegan por error a una página como esta tarden poco en marcharse. Lo entiendo todo porque, en el fondo, yo soy lo mismo. Por más que lo intento, no consigo aficionarme a las bitácoras de cine ¿Cómo voy a reprochárselo a los demás? Y es que la gama de posibilidades es escasa, y además de escasa poco estimulante. ¿Qué puede uno encontrar en una bitácora de cine?

1. Al compañero de la oficina. A un chaval que no te vacila de cuanto sabe de cine y que te cuenta que fue con su perro y le obligaron a dejarlo en la puerta o que vio una avispa en una de las escenas y pensó que iba a picarle al cámara. El tipo que te habla como un colega no te molesta con su pedantería, es cierto, pero es que en realidad no es tu colega: no te has tomado una cerveza con él.

2. Al turista. Al que va al cine para decir que ha visto la película, que ha estado allí; que con esa ya ha visto quinientas este año y además te lo demuestra porque él sabe no se qué de la historia.

3. Al que le gusta escucharse. Le gusta enrollarse como las persianas hablando de la situación del país, o de cómo está la televisión. Pero en vez de hablar de eso te habla de cine. Es capaz de hablar de una película durante dos horas con el increíble mérito de no destriparte el final y el malabarismo, más audaz si cabe, de no despertar una sola gota de tu interés.

4. Al democrático que entiende todos los fenómenos que aparecen en la pantalla como recomendables para un determinado publico. Pero, después de leerle no sabemos a qué publico pertenece él, ni lo que quiere decir, ni para qué escribe, puesto que, para decir lo que le gusta a otro público, ya se basta ese otro público.

5. Al juez y árbitro. Que se coge la hoja que regalan en los cinestudios y es capaz de elegir un adjetivo diferente para cada uno de los nombres propios de la ficha técnica, y un epíteto sonoro para los nombres de la ficha artística. Suele coger todos los adjetivos del mismo cubo. Si es mala, no descubre un solo detalle que le guste, ni siquiera el montador de sonido. Si es buena no acepta un defecto. Y tiene la desventaja de creer, igual que Garci, que un adjetivo colgado arbitrariamente a un sustantivo se convierte automáticamente en su definición.

De todos, el peor es el último, sin duda. El árbitro asume una autoridad que nadie sabe de donde viene. Decide con su dedo lo que es bueno y lo que es malo. E interpreta que si no hay comentarios de respuesta es que todos asentimos. Lo opuesto a este árbitro arbitrario, pienso, no es la humildad. Lo opuesto a este desmelene vertiginoso de adjetivos y juicios de valor sería, creo, que me ofrecieran más criterios, los juicios ya los sacaré yo.

Sé que alguno estará pensando donde están las bitácoras que aludo. Pero no hace falta pinchar mucho. Esta misma está llena de ejemplos.

Piratas del caribe 3. En el fin del mundo

Trueques


Gore Verbinski, 2007
Reparto: Johnny Depp (capitán Jack Sparrow), Orlando Bloom (Will Turner), Keira Knightley (Elizabeth Swann), Geoffrey Rush (capitán Barbossa), Bill Nighy (Davy Jones), Chow Yun Fat (capitán Sao Feng), Stellan Skarsgård (Bill Turner), Jack Davenport (James Norrington), Naomie Harris (Tia Dalma), Tom Hollander (lord Cutler Beckett), Jonathan Pryce (gobernador Weatherby Swann).
Guión: Ted Elliott y Terry Rossio; basado en los personajes creados por Ted Elliott, Terry Rossio, Stuart Beattie y Jay Wolpert.
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“La isla del tesoro” sentó las reglas del género de piratas. Jim Hawkins y sus amigos tenían el tesoro, pero John Silver y los piratas tenían el barco. Cada uno tenía algo que quería el otro y se arreglaban con un trato. Pero era un trato con piratas, y los piratas a veces cumplen su palabra y a veces hacen honor a su fama. Los “Piratas del Caribe” de Gore Verbinski han encontrado su inspiración en la multiplicación de los personajes y los bandos: la marina inglesa, Sparrow, la chica, el chico, el Capitán Barbossa, el Holandés Errante, y en el aumento exponencial de los tratos y cambalaches, que son incontables.

Para que nos creamos lo increíble, o sea, que un pirata va a respetar su palabra, la película recurre a lo legendario. El pirata tiene que cumplir su palabra porque, de lo contrario, una maldición caerá sobre él. Las maldiciones y las reglas proliferan como los hongos para conducir una trama interminable sin que el espectador desfallezca.

Jack Sparrow es el segundo motor de la historia. Sus gestos inofensivos y amanerados, cuya influencia en Keira Knightley menoscaban al principio el personaje de Keira Knightley, significan que no debemos tomarlo en serio. En un universo de pactos, él es el pillo, en un drama de ideales, él es el egoísta. También es el capitan sin autoridad y el negociador sin poder. Y, sin embargo, es el único que se sale con la suya. Participa en los complicados teje-manejes con muchas jugadas de antelación, como un Kasparov de un ajedrez que cambia de reglas en cada turno.

Los dos protagonistas luchan lastrados por la falta de malicia, y se ponen la zancadilla el uno al otro sólo en nombre de sus progenitores. Su unión final o su tragedia dependen de la confianza que creadores y público (cada día más unidos en el sólido negocio del celuloide) tienen en el triunfo del amor eterno, o en la contrastada incredulidad que les ha enseñado la experiencia.

Son ejemplares las largas ejecuciones del principio, con ese niño que desafía al patíbulo con su canción, la guarida de Sao Feng que compone un relato completo al estilo de los prólogos de Indiana Jones, la multiplicación de Jack Sparrows y cangrejos en el universo onírico de la tierra de Davy Jones, la hermandad de los piratas, y ese remolino demencial de la batalla final. No entiendo la obstinación de la crítica por defender su indiferencia hacia una obra más que notable.
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